Enfrentarse a Not All Robots no es fácil, pero a la vez sí lo es. Hace unos años, ya se anunció AWA Studios, un sello para dar cabida a más obras indies. Empezó con un poco de ruido con el nuevo universo de The Resistance, un universo superheróico pero explorando una acción mayormente política, de la mano de Joe Michael Straczynski, y también algunas obras auto conclusivas como fue la macarrada de Marjorie Finnegan, sobre una justiciera criminal temporal escopeta en mano, de Garth Ennis. Y como era cuestión de tiempo, llegarían otros guionistas, como ha sido en este caso Mark Russell.
Not All Robots nos sitúa en un futuro en el que, de manera definitiva, los humanos han sido sustituidos casi en su totalidad por unos robots que desempeñan todos los trabajos de la sociedad, salvo contadas profesiones. Una suerte de revolución industrial y su ludismo pero en el día del mañana. Un mañana que, las grandes fabricantes de robots, nos han vendido cómo perfecto: Podrás dedicar tiempo a tus aficiones, a vivir la vida, mientras que tu Automatron 5000 conducirá ese autobús por ti. Podrás disfrutar de ver crecer a tus hijos por que el Remacheitor v2 será el encargado de supervisar todas las tareas de la cadena de fabricación. O eso es lo que quieren venderte.
No tardaremos en ver en la obra que a pesar de esa capa exterior de perfección queda empañada con los primeros incidentes de robots matando a sus dueños. Chips de empatía que, desde facciones de robots rebeldes, hartos de vivir cómo esclavos, quieren deshacerse de él para poder imponer su dominio total sobre la especie humana.
¿Qué por qué no es fácil enfrentarse a esta obra? Por que puede resultar realmente incómoda. Dejadme que me explique: ni el guion de Russel, ni el dibujo de Deodato Jr. nos pone en situaciones explícitas. Al menos, no físicamente. Pero invitará al lector a reflexionar hacía dónde vamos cómo sociedad según va avanzando la tecnología y la automatización de procesos está cada vez más presente. Nos presentarán todas las caras del conflicto, incluso la que sufre una suerte de mezcla entre un síndrome de Estocolmo y una resiliencia ante las adversidades dignas de estudio psicológico. Sin olvidar, claro está, la parte humana que no está de acuerdo con este nuevo orden.
Esta combinación de un guion sagaz con un tema que está actualmente en boca de muchos, si bien no es perfecto, te va a hacer darle un par de vueltas. Replantearte muchas cosas. Maldición, si hasta empecé a mirar a la tostadora de reojo mientras preparo el desayuno desde que lo leí. Podrás pararte a leer varias veces los diálogos de esos robots que trabajan a destajo, de esas familias adaptándose a su nuevo orden mundial. Y créeme: Vas a querer hacerlo. Por que hay situaciones que de verdad, pueden llegar a provocarte un yo que sé que no es nada esperanzador.
Pero el trabajo del dibujante y de Russell hace que toda la obra sea totalmente accesible, una narrativa bastante fluida. Aunque, por ponerle un pero, al tratarse de muchos robots con diseños parecidos puede llegar a confundir en algunos momentos, pero que para nada lastra la contundencia de los dilemas que nos plantean dentro de este tomo que nos trae Panini Comics al mercado peninsular.
Se agradece en un torrente de obras que son un poco tirar páginas sin más, encontrarnos con un trabajo de Russell y Deodato que de verdad, quieren contarnos algo y quieren atreverse a hacer pensar al lector un poco. Preparan un cocktail sublime juntando dilemas morales del día a día con situaciones que sucederían en ese no tan futuro no tan lejano, y abordándolos con una elegancia y un toque de humor ácido que nos tiene acostumbrado el guionista, con obras como fue a primeros de año este Billonaire Island.
No la dejéis escapar, y recordad: cuando los robots tomen el control, aún necesitaremos peluqueros.