Lo esperábamos para hacer unos meses, pero ya está aquí el final de Telémaco, la revisión de La Odisea que durante cuatro volúmenes han llevado a cabo Kid Toussaint, Kenny Ruiz y Noiry en los últimos años.
Inicialmente, la intención era desarrollar esta versión moderna de los mitos griegos y dirigida a un público juvenil en tres entregas, pero una vez inmersos en el fragor de la creación, los autores tuvieron claro que necesitaban una cuarta incursión por el Mediterráneo para resolver la trama al ritmo deseado. El final del tercer álbum nos dejó un importante avance en la búsqueda a la que se ha lanzado Telémaco para encontrar a su padre Ulises, y es ese suceso el que impulsa la historia a lo largo de las 70 páginas que cierran la serie. El joven Telémaco se ha rodeado de un variopinto grupo de aliados, que se han ido uniendo a su misión y han alcanzado el objetivo común de luchar para que cese la guerra entre los pueblos griegos y para que de ahora en adelante se hagan las cosas de otra manera, con un enfoque alejado de los axiomas conocidos. Surge así un nada disimulado choque generacional entre progenitores y descendientes, que atañe no sólo a los humanos sino a criaturas fantásticas como cíclopes o céfiros, porque el verdadero punto de unión entre todos estos jóvenes son sus ganas de rebelarse contra los caminos preestablecidos, ya sea un matrimonio concertado o una naturaleza de monstruo implacable.
En el ámbito del guion, es esa rebelión juvenil y el constante uso del humor, las dos herramientas que más nos alejan de la solemnidad de Homero. Además hay otros factores que enfatizan la modernización del asunto, como las reivindicaciones feministas, la ruptura puntual de la cuarta pared o el uso de expresiones a todas luces de épocas posteriores. Son decisiones totalmente lógicas para conectar con una audiencia también joven, de forma que este tono propicie que se identifiquen con los personajes y que se interesen por elementos mitológicos clásicos como La Guerra de Troya o los Mirmidones. Bajo esta premisa, el guion cumple perfectamente su función y la complejidad que no acaricia en el desarrollo de las peleas sí lo hace en el entramado de facciones enfrentadas y de líos entre casas y árboles genealógicos.
De todos modos, no obviaremos en ningún momento que por bien que nos caigan los personajes y por mucho que nos atraiga la mitología clásica, el gran atractivo de esta saga es el gran trabajo gráfico de nuestro compatriota Kenny, tanto en los diseños de entornos y personajes como en la hiperdinámica ejecución de las páginas. Consigue hacer un remix de cómic europeo y manga, con un resultado óptimo para enganchar a una obra netamente occidental a los aficionados al cómic oriental, y con tan sólo un vistazo. La vivaracha paleta de colores de Noiry no hace sino exagerar para bien el carácter exagerado de unos personajes que poseen una expresividad brutal, y que están envueltos en peleas tan excesivas que serían del agrado de guerreros como Seiya y Son Goku.
El cierre de la saga sigue los cauces esperados, con alguna que otra sorpresa pero ninguna desencajante, y mantenimiento los mismos niveles de diversión de las entregas precedentes. Curiosamente en Dolmen parecen haberle cambiado el papel a este último álbum, por uno que se siente más robusto y que le sentará de miedo a un potencial volumen integral que acabe juntando los álbumes individuales. También incluyen una entrevista a los autores, que pone colofón al relato con una visión del proceso creativo subyacente.
Ya lo anticipa la portada, el joven Telémaco completa su madurez y llega al final de su gran aventura, dándose cuenta por el camino que tanto él como sus compañeros no buscaban tanto la aprobación y el reconocimiento de sus padres, sino la transformación de viejos hábitos que empezaban a oler a rancio.