Con la esperada llegada del buen tiempo el personal sale en procesión hacia los lugares de culto estivales, los bares. Y los bares son los nuevos templos del conocimiento popular. Si uno permanece más de cinco minutos en cualquier terraza de bar escuchará un sin fin de conversaciones como hilo musical de acompañamiento, y toda la paz interior que se puede encontrar al aire libre con los primeros rayos de sol y los colores propios de estos días, se verá agotada con los mares de personas intentando hablar cada vez más alto para hacerse oír; y con los peregrinos que deambulan abriéndose paso entre las sillas en busca de un hueco para dejarse caer y unirse a la sinfónica.
Reuniones cordiales entre amigos que sirven para un alegre intercambio de ideas de manera sana y enriquecedora, pero cualquier comentario puede encender la mecha de la discordia. No hace falta ser Tulius Detritus, el personaje creado por René Goscinny y Albert Uderzo (Astérix. La cizaña. 2000. Salvat Editores) para crear mal ambiente. Para sembrar cizaña no hay nada como echar mano del catálogo de temas imprescindibles para alterar al personal, a saber: fútbol, política y religión.
Pero si uno de verdad quiere ver a la gente perder los estribos en determinados ambientes de la cultura pop, se puede ser por un segundo el malvado Detritus y hacer lo siguiente: aprovechar un momento de silencio, analizar el lugar en el que uno se encuentra y prepararse para el espectáculo. Coger aire y dejar que la voz formule la siguiente pregunta: «¿qué es mejor, la serie o el cómic de The Walking Dead?». Todo lo que ocurra después será el caos en la aldea de los galos. Nervios, gente perdiendo los papeles, disensión; el Universo implosionando, el fin de la civilización occidental.
Abordar con un poco de coherencia el debate sobre la validez de las adaptaciones frente a los originales es probablemente una cuestión ardua y también bastante inútil en estos días. Es el típico debate de las dos caras de la moneda:
— Los que disfrutan de la tortilla sin cebolla, y los que deciden destrozar algo hermoso con la presencia de la más que innecesaria allium cepa.
— Los que aman escuchar música en vinilo, y los que contribuyen a que la música sea cada vez más mediocre con los nuevos formatos digitales.
— Los que comen en Burger King y los que rumian en McDonalds…
En definitiva cada uno con lo suyo y a sujetar su propia vela, no pasa nada. Vivamos y dejemos vivir, y eso no es fácil en la época en la que todos llevamos antorchas y sogas para ajusticiar aquello que nos ofende.
Lejos de continuar con la cuestión de estado lo mejor es exponer someramente algunos los tipos de adaptaciones que llaman la atención por su forma. Entender y valorar qué es lo que aporta al original es algo necesario ya que, para enriquecer el producto, hay que dotarlo de cierta autonomía propia; siempre dentro de unos cánones y respeto por el origen. Pero, ¿quién marca esos límites y de qué tipo de respeto hablamos? El que tenga la RESPUESTA ABSOLUTA que tire la primera piedra.
Hay momentos en los que las adaptaciones de cualquier original cobran vida independiente y dejan de estar vinculadas al original que las creó, como es el caso de The Walking Dead de Robert Kirkman, Tony Moore y Charlie Adlard (2005. Editorial Planeta. Barcelona), ya que cómic y serie tienen los mismos componentes pero han creado su propia individualidad y se acaban separando, para crear dos caminos paralelos, divergentes probablemente, pero de calidad (sí, la serie está acabada argumentalmente, pero qué serie amigos).
Otras veces la adaptación no merece ser tratada como tal y es mejor dejarla morir en silencio, abandonada por los suyos y sin que emane el más leve recuerdo para llorar; como por ejemplo la adaptación de The league of Extraordinay Gentlemen de Alan Moore y Kevin O’Neill (2002. Editorial Planeta. Barcelona) en la película del mismo título (2003. Stephen Norrington), y cuyo visionado se recomienda encarecidamente para las nuevas generaciones de guionistas con la esperanza de evitar futuras aberraciones que provoquen al personal unas ganas incontenibles de quemar estudios de cine. De verdad que marcan las vidas de los espectadores y hacen que la gente huya del producto original, quedando mancillado de una manera irrecuperable en las mentes de los que no conocen la obra de Alan Moore y Kevin O’Neill (porque por mucho que le pese al señor Moore sus obras son indivisibles de sus ilustradores. De hecho en una entrevista llega a decir que sus colaboraciones le parecen decepcionantes).
Y hablando de sus adaptaciones, el señor Moore, suele acabar echando espumarajos por la boca cada vez que un periodista tiene la osadía de preguntar sobre su parecer acerca de la última película basada en su obra —decir que caga ladrillos cada vez que le preguntan es poco, pero mejor no poner esto porque me parece fuera de tono—.
También hay adaptaciones curiosas que surgen del mensaje que emite el original pero que no son una copia. Por ejemplo el caso de American Splendor de Harvey Pekar y Robert Crumb (recopilados en American Splendor. Los cómics de Bob y Harv. 2017. Norma Editorial. Barcelona), cuya película con el mismo título (2003. Robert Pulcini y Shari Spinger Berman) mezcla la visión del cómic original con el relato de la vida cotidiana del guionista Harvey Pekar para transmitir las sensaciones del original de una manera ingeniosa.
Muchas obras de cómic han sido llevadas al cine o al mundo de las series, y muchas obras de cine han sido llevadas al cómic: Aliens de Mark Verheiden y Mark A. Nelson (1991, Norma Editorial) publicada originalmente por Dark Horse. Predator de Mark Verheiden, Chris Warner y Ron Randall (1991. Norma Editorial) publicada por Dark Horse. Robocop (1987. Editorial Planeta DeAgostini), esta última publicada por Marvel Comics —para que no pienses que Dark Horse era la única que buscaba el reclamo publicitario—.
El cómic tiene un lenguaje amplio ya que utiliza palabras e ilustraciones para contar cosas, pero tiene un espacio limitado y por ello hay que condensar información. Al igual que el cine, el cómic, a la hora de plantearse una adaptación, tiene que contar mucho pero con restricciones. Trasladar un libro al medio ilustrado es una tarea difícil, ardua, y nunca será del completo gusto de todos. A la hora de juzgar una obra todos tenemos opinión para ajusticiar al atrevido hereje o incauto autor. Pero hay que entender que no es fácil hacer una adaptación, y menos cuando viene de un libro, de un autor popular y con la presión de tener miles de ojos vigilando el resultado final.
Toda la parrafada anterior exactamente para qué sirve. Pues para entender Tapping the vein en su auténtico contexto.
El cómic parte de la adaptación de varios relatos de los Libros de Sangre de Clive Barker (2016. Editorial Valdemar. Madrid), cuya tarea no resulta ni fácil ni grata, sobre todo si se dispone de poco espacio para concentrar la densidad literaria —no es una crítica— característica del autor inglés.
También hay que tener en cuenta la dimensión y la magnitud que tiene Clive Barker, o por lo menos tenía hasta hace unos pocos años. Cualquier cosa con su nombre era devorada con ansia por las masas. Porque Clive Barker es el artista total:
Clive Barker escribe novelas.
Clive Barker hace guiones.
Clive Barker dirige películas.
Clive Barker produce películas.
Clive Barker pinta cuadros.
Clive Barker desarrolla videojuegos.
Clive Barker hace cómics.
Clive Barker escribe cuentos para niños.
Clive Barker es…
Clive Barker lleva décadas intentando compartir con nosotros qué es lo que tiene dentro de su cabeza. Y lo que tiene dentro suele ser retorcido, sexual, enrevesado, profundo, horrible, espeso, terrorífico; esperpéntico, y lo mejor de todo es que lo detalla con palabras para uso y disfrute del resto de mortales convirtiéndose en un autor de terror de referencia. Y de vez en cuando describe monstruos en sus textos, porque todo lo anterior iba referido a la personalidad de los personajes que circulan por sus obras (como inciso decir que no creo que haga lo mismo en los cuentos infantiles, os podéis quedar tranquilos queridos padres y madres).
Si alguien sabe de adaptaciones ese es Clive Barker. De hecho se ha adaptado a sí mismo, en un ejercicio ego de dimensiones bíblicas, llevando al cine sus propios libros; dando como resultado inmortales largometrajes como Hellraiser (1987. Clive Barker) que proviene de texto titulado The Hellbound heart (Hellraiser. El corazón condenado. 2017. Hermida Editores).
Tapping the vein son dos volúmenes llenos de color y de personajes enrevesados cuyo mundo interior es casi más terrorífico que aquello que no encaja en nuestra realidad.
En el primer volumen encontramos los relatos: Pig Blood blues, In the Hills, the Cities; Cómo se desangran los expoliadores y Skins of the Fathers.
Lo interesante y lo que más llama la atención son los nombres vinculados a las adaptaciones. Steve Niles (30 días de Noche) o John Bolton (Batman/Joker: intercambio) junto con Fred Burke (Jack y el Diablo), Chuck Wagner, Hector Gomez (Jack y el Diablo, junto a John Bolton), Scott Hampton (Los libros de la Magia) y Klaus Janson (Lobo: contrato sobre Gawd como entintador), que a principios de los años noventa —Tapping the Vein fue publicado originalmente entre 1989 y 1991 por Eclipse Comics— fueron llamados para llevar a la tinta los escritos de un artista consumado como ya era Clive Barker.
En el segundo volumen tenemos los relatos: The Madonna, Down, Satan y Scape Goats. Y desfila Tim Conrad (La Espada Salvaje de Conan) y Stan Woch (Sandman: fábulas y reflejos) y Bo Hampton (Batman: otros reinos, junto a su hermano Scott). Es decir, la lista de artista de calado se amplía y no deja indiferente a nadie. Futuras promesas o artistas ya consumados, el hecho es que se jugaron mucho aceptando el encargo.
Con semejantes personas circulando por este cómic ¿qué puede faltar? Lo tiene todo. Gente guapa, chicos listos, buena presencia. No tendría que fallar nada. Pero acaba por no encajar algo. La respuesta a la pregunta es, lamentablemente, espacio.
Por cortos que sean los relatos de Los Libros de Sangre la carga literaria de cada palabra escrita por Barker requiere de un profundo análisis para sintetizar y reflexionar, y ello dificulta la labor del guionista y del dibujante porque tienen que elegir qué cuenta el texto y qué cuenta el dibujo sin traicionar el texto de Barker, ya que éste crea una atmósfera opresiva a raíz de lo intrincado de su pluma.
No es que Clive Barker sea un metafísico o un filósofo, simplemente sabe dotar de un gran poder al conjunto de sus relatos porque le encanta hurgar en las pasiones más bajas de las personas y en los detalles de las escenas y por eso se deleita describiéndolas, creando un ritmo envolvente que atrapa al lector en una atmósfera incómoda pero que hipnotiza. Clive Barker es rock progresivo, no punk.
Y el recurso de los adaptadores como Steve Niles —que no Nails como aparece en la portada del segundo volumen—, Fred Burke; Chuck Wagner para intentar comprimir el lenguaje de Barker ha sido, en algunos casos, apretujar las letras en los bocadillos infinitos hasta casi tapar las ilustraciones. Y las ilustraciones son tan complejas y amplias que en ocasiones hasta parecen toscas en su intención de ser opresivas. Todo está lleno de color, todo está lleno de lápiz, todo está lleno de tinta. Da la impresión de que el cómic pesa un kilo de más. Pero se entiende este resultado ya que han querido aprovechar cada átomo de hoja para intentar expandir su buen hacer, ya sea ilustrado o escrito, para evitar comprimir al límite y acabar por distorsionar el original y ya no podría presentarse como lo que se pretende, esto es, un obra de Clive Barker.
Por favor, que nadie cometa el error de pensar que lo fácil es coger una selección de frases originales de texto a modo de guía y arreando que es gerundio. Para eso no hace falta tener a Niles, Burke y compañía, con un buen becario sería suficiente. Pero el reto es complicado, y más si se hace en la época en la que Clive Barker es casi el pretendiente a punto de quitar el trono a algún rey entronizado desde hacía mucho tiempo.
Comparar las historias de Tapping the Vein con otras obras de Barker llevadas al cómic es un tanto injusto por la razón comentada de la falta de espacio. Un ejemplo de ello es el trabajo de Steve Niles, Fred Burke, John Bolton y Héctor Gómez en Jack y el Diablo (1994. Ediciones Junior). Aquí se pudieron explayar tranquilamente tanto dibujantes como guionistas para hacer algo un poco más completo, teniendo la oportunidad de disfrutar de la técnica pictórica de John Bolton y de un Steve Niles que, en un intento de ser fiel al original, casi se puede decir que tuvo un exceso de celo.
Es una lástima, pero vista con auténtica objetividad, Tapping the Vein es una obra a la que le faltan cosas. Promete por la calidad de la gente que circula por sus páginas. Promete por la calidad del texto de referencia. Promete porque no tenían ningún límite, salvo el dichoso formato. Pero tras la lectura se echa en falta una mayor ambición por parte de la editorial Eclipse. Apostar fuerte por el proyecto hubiera sido lo justo cuando se realizó.
Ahondar más en el análisis del cómic sería como destapar demasiado a la maja de Goya. Es muy recomendable para descubrir otra forma de hacer cómics, diferente a lo que se llevaba en la época de principios de los noventa. En su día fue una buena apuesta para acercarse a la obra de Clive Barker dotándola de la fuerza de las imágenes y del color.
Cada una de las historias se aproxima con respeto a la esencia de Barker, y el poder de las ilustraciones ayuda a reforzar la palabra. Pero a muchos les parecerá insuficiente.
Como también se echa en falta una mejor edición para España. A pesar del valiente esfuerzo de la editorial Kraken, se tendría que poner mejor cuidado a la hora de editar. Por supuesto que los costes siempre son un problema, pero al igual que Eclipse, se peca de falta de ambición o de imaginación. Errores de impresión demasiado graves, dibujos y texto muy cerca del lomo que dificulta su visionado; una sobrecubierta para la edición de 2014 innecesaria. Pero, a pesar de todo, gracias por publicarlo, de verdad.
Juan Francisco Soler
«Agradecimientos a Ismael Maganto por su inestimable colaboración en esto de las reseñas y por descubrirme Tapping the Vein. Y gracias a Athalía Vilaplana por los ánimos y por conseguirme la entrevista de Alan Moore.»
- GUIÓN - 7/107/10
- DIBUJO - 6/106/10
- GENERAL - 6/106/10
Resumen
Difícil dar calificaciones a una obra tan compleja como ésta, y con tantos estilos distintos recopilados. En términos generales el cómic es muy interesante y da lo que vende, terror de Clive Barker. Por desgracia los «peros» son insalvables y dejan coja a una gran idea, y además la edición no ayuda. Aún así hay que echar un vistazo a este cómic porque transmite unas sensaciones muy buenas y nos traslada a otra época en la que hacer cómics era casi un oficio artesanal.