Mirar en la biblioteca para releer algo y encontrar un cómic comprado y olvidado es una sensación que causa cierto regocijo. Pero también es inevitable sentir cierta desazón por tener tan poco tiempo para disfrutar lo que en su día adquiriste con ilusión. Y más si con la llegada del otoño eres de los que entra en una especie de melancolía existencial recordando el paso inexorable del tiempo y de la vida. Enfrentarse a la lectura de un cómic siempre es emocionante y más si es de un autor al que llevas tiempo respetando como Max Allan Collins y del final de las historias de Perdición.
Con Regreso a Perdición Max Allan Collins continúa la historia que comenzara allá por 1998 en Camino a la Perdición, con Richar Piers Rayner a los lápices y publicado en España por Vértigo y ECC. Exitoso cómic —con espléndida adaptación cinematográfica a cargo de un gran Sam Mendes—, que tuvo su continuación en Camino a la Perdición 2: en la carretera, en el que Max Allan Collins colaboró con un selecto equipo creativo en el que destacaba la presencia de José Luis García-López. Como no hay dos sin tres Regreso a Perdición viene a poner la guinda final a una trilogía cuya cronología interna comenzó en los años treinta y que ahora se sitúa en los alocados años setenta en un Estados Unidos por los que viajamos de la mano de su protagonista, Michael Satariano Junior, heredero directo de la familia O’Sullivan.
Porque de esto trata Regreso a Perdición, de una historia familiar tal y como las entiende el estilo personal de Max Allan Collins. No es un tema nuevo o que ya no se evoque en la temática actual, ya que nos hace pensar en la más reciente Saga de Brian K. Vaughan y Fiona Staples (Editorial Planeta Cómics); y en la ya veterana y probable germen de esta obra El Lobo solitario y su cachorro de Goseki Kojima y Kazuo Koike (Norma Editorial). Familias rotas envueltas en una carrera frenética con el único objetivo de encontarse a sí mismas. De personajes que heredan un apellido y con él una larga tradición que pesa en los hombros y oprimen el pecho haciendo casi hace inevitable esquivar a un supuesto destino escrito.
Michael Satariano Jr. nos narra su propia historia desconociendo el origen de sus raíces acabando inexorablemente atrapado por ellas en una espiral de venganza tras conocer la muerte de su padre y de su hermana. Un cómic con el que recorremos desde Laos, pasando por Illinois, Hollywood, Miami y Kansas para describirnos un país que está cambiando a ritmo frenético y cuyas prioridades en nada se parecen al país inocente, aunque deprimido, de los años treinta que conoció Michael O’Sullivan, el hombre que originó la saga. El guionista Max Allan Collins quiere sumergirnos en conflictos más elevados que caminan sobre el espionaje y la conspiración política del más alto nivel ejecutada por los bajos fondos de la mafia, que es un terreno conocido por la familia O’Sullivan y del que nunca ha podido escapar a pesar de rechazar el estilo de vida que los ha definido desde hace décadas.
Muerte, sangre, violencia fría y descarnada envuelta en el falso alivio de la venganza se describen con maestría a través del texto. Y para mostrarnos eso un impulsivo Terry Beatty recurre al lápiz más superficial y crudo a través de un blanco y negro casi difuminado y poco detallado, como borrosas son las imágenes del pasado de todo aquel que recuerda una época de su vida. Ligero pero efectivo, a pesar de la sutileza de su trazo, no necesita muchos efectos más para identificar cada uno de los distintos lugares en los que transcurre la trama ni para dotar de fuerza expresiva a los rostros de esta historia.
Una obra para concluir el camino empezado a finales de los años noventa del siglo pasado y que siga la línea que se ha marcado desde un principio utilizando los recursos que nunca le ha fallado desde su origen: noir, gansters, intriga y familia. Tal vez se eche de menos profundizar en aspectos más sensibles tratados con anterioridad como la relación padre e hijo, o hacer algo más que una mención al vínculo materno. Tal vez el ritmo vertiginoso de la acción hace que su forma de concluir sea abrupta y nos deje con ganas de más. Tal vez Max Allan Collins nos sorprenda con algo más el día de mañana. Tal vez. Lo que está claro es que Perdición siempre quedará grabado en la retina del lector apasionado de las historias noir más allá de libros y cine.