“Ríe, y el mundo entero reirá contigo, llora, y llorarás sólo”
Old Boy fue creada, en palabras del propio autor, como una obra que pretendía mantener la atención, el suspense y una tensión constante en pos de hallar la maldita motivación del antagonista de esta historia, sin que ni siquiera el creador de la misma la tuviera clara. Esto quizás fue, la puerta abierta que originó que fuese llevada al cine tanto en su versión coreana, como estadounidense.
Como es habitual siempre que se comparan las versiones cinematográficas de una misma historia entre Asia y EEUU, la primera se suele llevar la palma en cuanto a originalidad, transgresión y valentía. Algo admirable en estos tiempos convulsos y cobardes. Ya sea por que quizás, y si generalizamos, en oriente, la educación social aboca a esconder o limitar los sentimientos y no exponerlos de forma gratuita, por ello, cuando utilizan lenguajes de expresión como el cine o la literatura, suelen resultar mucho más sinceros, explícitos, extremos y violentos que nosotros.
No menos cierto es que, sin embargo, nos podemos sentir más identificados con las interpretaciones que efectúan los intérpretes americanos y que en ocasiones las gesticulaciones y excesiva pasión de los coreanos en este caso, nos saquen sutilmente de la “seriedad” de la escena.
Hasta la fecha existen tres versiones del mundo de Old Boy y las tres, a pesar de nacer de una misma idea, han resultado diferentes en su evolución y desenlace, aunque todas, con unas cotas muy altas de calidad. La obra original, escrita por Garon Tsuchiya e ilustrada por Nobuaki Minegishi, el film coreano y su posterior adaptación estadounidense. Las tres comparten un guion escrito con intencionalidad y alevosía para mantener al lector/espectador “enganchado” y engañado (en el mejor de los sentidos) al mismo tiempo.
Los puntos clave que se dan en todas las interpretaciones son: la venganza, la pérdida de la memoria y de su vital importancia para constatar quienes somos en realidad, la sugestión psicológica y el cuestionamiento de la moralidad para sucumbir a nuestros instintos más primarios de supervivencia.
Mientras que los films se desarrollan como un thriller de venganza, el manga es más bien, un thriller detectivesco, con un Shinichi Goto muy cerebral, desapasionado, paciente y casi inhumano en sus respuestas humanas para con la década de encarcelamiento a la que le han sometido y donde su afán se centra en recopilar las pistas que le hagan llegar hasta su enemigo, sin que exprese con demasiada efusividad, intención de acabar con la vida de éste, al contrario que en ambas versiones cinematográficas, donde el protagonista se encuentra perdido en su obsesión por la venganza y donde las ansias desbocadas por matar a su carcelero, nublan su juicio en numerosas ocasiones.
Las películas, comparten y hacen bueno el dicho de “por la boca muere el pez”, haciendo alusión al mal que suelen originar los rumores, mientras que en la obra original, este hecho, pasa desapercibido.
La historia, en ambas películas, busca con ahínco la provocación y la excitación a partes iguales. Mientras Park Chan Wook (director de la película coreana) consigue cautivarnos con un sinfín de metáforas visuales y compone su film de una multitud de imágenes oníricas y paralizantes, unos entornos claustrofóbicos, una violencia seca (posee una de las mejores escenas de acción de la historia del cine), con una banda sonora cuya melancolía se enraiza como venas y arterias y te transporta a la Corea del Sur de los ochenta, y nos obsequia con un final de muchas capas, Shelton Jackson Lee, más conocido como Spike Lee, el gran director negro de las últimas tres décadas, nos guía igualmente por una montaña rusa de emociones, pero aborda la historia de una manera mucho más directa y libre de segundas interpretaciones.
El manga, posee un dibujo sobrio, con unos personajes híbridos entre el país del sol naciente y el lejano oeste, donde el protagonista, se desenvuelve a medias entre el gran Takeshi Kitano y John Wayne. La expresividad dibujada en los rostros de los personajes, resulta fundamental para la narrativa. Los fondos, realistas, consiguen trasladarte verdaderamente a los antros de los callejones de los barrios de Tokio y al estilo de vida que se llevaba en el Japón de principios de los 2000. Además, no tiene prisa por mostrarte nuevos hecho que enriquezcan la historia, sino que se recrea (a veces, más de la cuenta) en la adaptación del personaje principal a la nueva sociedad que tiene ante sí después de su cautiverio.
El autor disfruta manipulando a los personajes secundarios y juega con mucho acierto al despiste con el lector, que no podrá dejar de leer insistentemente sus más de mil quinientas páginas divididas en tres tomos en su nueva edición. La lectura se hace muy dinámica, creando en todo momento una sensación de ansiedad por descubrir los pasados, los errores, las motivaciones de los personajes y el desenlace final para ambos antagonistas.