Ha llegado la Primera Guerra Mundial, los hombres son llamados a filas, y una imaginaria isla bretona debe de mandar todos los habitantes que puedan ejercer de soldado. La isla queda vacía de hombres, solo quedan los ancianos, las mujeres y los niños… y Maël.
Maël no ha sido reclutado, pese a sus deseos, por ser físicamente limitado. Maël sufre una cojera permanente por la que se ha ganado la burla continua, aguantando humillaciones e insultos, toda su vida. Su padre también contribuye a estas continuas afrentas, ya que Maël vive con él y toda la vida ha tenido que sufrir los castigos y el maltrato físico y psicológico, que le administra su progenitor.
Ante la ausencia de hombres jóvenes, el alcalde se ve forzado a ofrecer el trabajo de cartero a Maël. Pese a los enfados y negativas de su padre, el joven aceptará el trabajo y se convertirá en el encargado de repartir la correspondencia, y debido a la guerra, la única conexión entre los maridos y esposas de la isla, gracias a las cartas que llegan desde el frente.
Maël deja de ser ese patizambo y jorobado, y se convierte en el nuevo cartero de la isla, y el único hombre en kilómetros a la redonda. Las mujeres, debido al permanente contacto con el joven y la ausencia de sus maridos, comienzan a encontrar al chico como alguien atractivo y el único capaz de satisfacer y consolar las bajas pasiones de todas las mujeres de la Isla.
A su vez, él, que tiene acceso a la correspondencia, usará esto para conocer todos los secretos de ellas y sus maridos, y usará esta información para manipular los distintos sentimientos de las mujeres.
Alguien que no está acostumbrado a ser el centro de atención, nada más que para burlas, se encuentra una situación idílica. Se siente deseado y esto hará que la actitud y personalidad de Maël cambien, casi transformándose en alguien diferente.
Pero todos los sueños se acaban… y la guerra también termina. ¿Qué ocurrirá cuando vuelvan los supervivientes y todo vuelva a la normalidad?.
Didier Quella-Guyot nos presenta este sencillo, divertido y original argumento, para una obra que comienza como una historia feliz, con ligeras chispas de humor y que va oscureciendo su planteamiento hasta su resolución, uno de sus puntos fuertes, puesto que el final de la obra y el giro de los acontecimientos nos sorprenderán bastante en su último capítulo.
Una obra que nos mostrará cómo los elementos condicionan nuestra manera de ser, y cómo puede llegar a cegarnos el querer mantener una situación que nos es beneficiosa.
En el dibujo nos encontramos con Sebastién Morice, que realiza un trabajo limpio, simple, que adquiere, junto con el uso que se le da al color, un aspecto de dibujo de animación. Usa una paleta de colores apagados, con gran presencia de naranjas, marrones y grises, que tratan de dar esa patina de antigüedad y buscan el tono ocre y nostálgico.
Una entretenida lectura que nos sorprende con la manera de cambiar el enfoque y el planteamiento de la trama que nos presenta al principio, y su posterior cambio de dirección hacia terrenos más trágicos. Una historia autoconclusiva que nos hará pasar por varios estados: desde la leve mueca de sonrisa ante la situación, hasta la sorpresa al conocer secretos del pasado.
Título: El cartero de las mujeres
Guión: Didier Quella-Guyot
Dibujo: Sebastién Morice
Editorial: Ponent Mon
Páginas: 112 páginas. A color
Precio: 26 €
Fecha de publicación: Noviembre de 2016.
De sencillo, nada. De divertido, poco.
Aunque esta historia se pinte en un tono alegre, de experiencia iniciática de adolescente a hombre, en realidad lo que cuenta el comic me parece triste, casi sórdido, pese a la luminosidad de las imágenes. Y no muy bien explicado.
Tenemos un chaval que se dice que ha sido maltratado. Eso no se ve. No hay escena de paliza en el colegio ni de insultos. Ni siquiera de su presunto padre violento. Al que solo vemos como un campesino malhumorado y rudo. Al hijo, eso sí, no le vemos dar palo al agua. No me basta que me digan que pasó eso. Show, don’t tell. Si no parece que esté todo en la cabeza del Maël ese.
Llega la guerra y empieza el adulterio generalizado. Lo que pienso al leerlo no es: ¡viva el amor!, sino: ¿es que ninguna quiere a su marido? Porque ninguna parece tener remordimientos ¿Tanto odia Maël a sus vecinos que le da igual ponerles los cuernos a todos? ¿O es que se considera una especie de servicio público o púbico, el cartero consolador?
Los maridos son invisibles. No se muestra el rostro de ninguno. Bueno, sí, el de uno que vuelve echo una piltrafa y luego se ahorca. Aunque no hay palabra de compasión para él. El cartero incluso va contando que se van todos de putas en el frente. Así que sus señoras están en su derecho a desquitarse. y él a ponerse morado. Porque no perdona una: ni viejas, ni gordas, ni viudas.
Lo que pasa al final con el cartero no me sorprende. Lo que sí me sorprendre es que ningún marido no le arree un escopetazo. Se masca la tragedia. Desde luego esas mujeres no tienen remordimiento alguno. ¿Pragmatismo de pescadoras, o pecadoras?
La historia no tiene nada de romántico porque no hay amor por ningún lado. Ni Maël se enamora de ninguna ni ninguna de él. El añadido final de la «australiana» intenta remediar esa insustancialidad sentimental, pero no lo consigue, en mi opinión.
La historia no tiene ninguna tensión narrativa y poca profundidad. Lo mejor son los paisajes bretones que muestra.
El tono en que se trata a la Gran Guerra es demasiado tópico. Repite el típico tono de «la guerra es un horror, todos la odiábamos». Venga ya. El patrioterismo tuvo un boom de la leche en 1914. Y durante el conflicto, más de lo mismo. Europa quedó traumatizada, eso sí. Pero el relato antibélico no nació hasta Senderos de Gloria, o si mucho me apuras, sin Novedad en el Frente.
En conjunto hay relatos mucho mejores sobre lo que pasó en la retaguardia durante la guerra.