Todavía no nos había dado tiempo a recuperarnos del puñetazo al estómago que nos própino Guillem March en Karmen, ni de la sacudida que nos provocó en el cráneo Paco Roca con Regreso al Edén, y mucho menos nos habíamos recompuesto tras la zancadilla distópica de las Semillas de David Aja. ¡Pero si ni siquiera nos habían dejado aún de sangrar los ojos por contemplar sin parpadeos las tremendas viñetas mutantes de Pepe Larraz! No nos habíamos repuesto de estos golpes de gracia que nos ha propinado el talento nacional, cuando de repente llega Teresa Valero y nos da una bofetada de las que se quedan marcadas en la cara durante mucho tiempo.
La rentrée de Teresa, esta vez como autora completa en la primera entrega de Contrapaso, no había podido materializarse de forma más efectiva. Su atronador thriller, ambientando en una España de mediados de los 50, amoratada y acomplejada por la estrechez de miras de la dictadura franquista, nos transporta los esquemas detectivescos del género negro puro, hasta acercarlos a una realidad histórica que nos resulta muy próxima, aunque solo sea de oídas. Durante los cuatro años de gestación del álbum, editado por la belga Dupuis y licenciado en nuestro país por Norma, la autora madrileña ha afinado con cuidado cada una de sus páginas, componiendo con las notas exactas una melodía que empieza a sonar con la aparición del cadáver de una mujer en el río Manzanares, y que avanza haciendo resonar sus acordes en los infinitos rincones de una sociedad española necesitada de aire que alivie su asfixia.
La terna de personajes centrales ejemplifica estupendamente la complicada batalla que supone oponerse al régimen del caudillo sin terminar siendo vilmente ajusticiado. El veterano periodista Emilio Sanz cruza los límites de lo que debe ser investigado, aunque sea en vano porque su versión nunca llegará sin adulterar a la página impresa. El joven León Lenoir vuelve a España con las baterías de la rebelión cargadas, pero sin la consciencia de una cautela que preserve su propia integridad física. Su prima Paloma en cambio, se enfunda en una forzada normalidad donde la supervivencia está por encima tanto de los verdaderos ideales como de su vocación artística. Los tres se unirán en lo que aparentemente es un trama policíaca, pero el argumento se ramifica destapando las miserias que con tanto ímpetu se empeña la dictadura en ocultar: fanatismo religioso, hipocresía moral, robo de niños, censura…
Aunque no hayamos crecido durante el periodo inmediato de la posguerra, seguro que a todos nos resulta familiar el desolador escenario de una España a la retaguardia del progresismo. Lo habremos oído en boca de familiares, leído en los libros de historia o descubierto en las numerosas novelas y películas ambientados en esa época, y si no, es fácil que este cómic nos abra el apetito para investigar en una historia de todos, cuyos coletazos explican por qué a día de hoy seguimos perdiendo el tiempo con improductivas divisiones en bandos, en una especie de guerra civil perpetua.
Contrapaso mezcla el misterio necesario para mantenernos enganchados a una historia de intriga con bofetadas de realidades no tan superadas décadas después. Relegar a la mujer a una forzosa posición secundaria como ama de casa, someter a los homosexuales a crueles torturas para revertir su condición, reprimir violentamente a los estudiantes universitarios, marginar cuando no eliminar a quienes nacen con malformaciones. Este tenebroso catálogo de sinsentidos era el pan de cada día de nuestro país durante la dictadura de Franco, y Teresa lo retrata con un elegante uso de la elipsis narrativa para evitar mostrar detalles morbosos innecesarios. Hace gala además de un exhaustivo trabajo de documentación, para hacer justicia a los escenarios reales de Madrid y Málaga, donde transcurren las vivencias de los personajes tan bien construidos, porque hasta secundarios como la hija del forense o los polémicos doctores despiertan nuestro interés. Y eso que por momentos nos parece increíble que todo esto se esté desarrollando en parajes tan cercanos como Vallecas, la Gran Vía o la Puerta del Sol.
Al despligue gráfico bañado en acuarela, cuyo origen en el campo de la animación queda patente en el movimiento y expresiones de los personajes, Teresa lo dota de una atención al detalles que no deja al azar el entorno que rodea a las escenas principales. En un segundo plano podemos observar a niños jugando con la nieve, a los clientes de un bar compartiendo momentos de asueto o a los miembros del diario El Capital en enfrascados en sus rutinas habituales. Se palpa el mimo de la autora por hacer un traspaso fidedigno a las viñetas de una historia con una fuerza y un dramatismo de los que importan y alzan la voz, para denunciar las vomitivas verguenzas de un fascismo sufrido en tierras propias.
Sin llegar al ecuador del 2021, ha entrado Contrapaso en nuestras estanterías, como un vendaval, para erigirse como uno de los pilares más robustos sobre los que se sustentará el medio este año. Armada de un guión sincero y emocionante, y de un dibujo que de puro bonito pareciera (pero no) que va a edulcorar las atrocidades de la dictadura, Teresa Valero se coloca en nuestro punto de mira como un nombre en mayúsculas del que presumir dentro del club de autores españoles. Será obligado seguir su camino en los próximos años, y más aún sabiendo que la secuela de Contrapaso es una realidad inevitable. Ojalá sirva su fotografía de esta España deprimida para hacernos menos ciegos ante el resurgir de ciertas ideas políticas que lejos de hacernos avanzar hacia un mañana más próspero, nos empujan hacia atrás con el oscurantismo de quienes se creen guardianes de una cuestionable moral a la que no dudan en traicionar por una fe mayor, la de medrar sin importar pisar al prójimo.