Imagina que consigues la clave de la vida eterna después de toda una vida persiguiéndola. La ves en lo alto de un árbol inmenso, trepas entre sus ramas y consigues alcanzarla… pero justo cuando la tienes entre tus manos, resbalas en una mortal caída al vacío sin remedio.
Azimut es un cómic fantástico; en todos y cada uno de los sentidos del término. También es desenfadado, irreverente e irónico, y presenta situaciones tan raras como la que acabamos de mencionar. Está dibujado por Jean-Baptiste Andréae y guionizado por Wilfrid Lupano, y se publicó en Francia originalmente entre 2012 y 2019 (Vents d’Ouest). En el año 2021 la editorial Ponent Mon recopiló las cinco partes de esta obra en un integral en castellano, de tapa dura y lomo plano. Un volumen de 248 páginas que permite disfrutar perfectamente de esta gran obra, y que incluye las portadas de los números originales. Aún así, tanto Azimut como sus creadores han sido galardonados con algunos de los más prestigiosos premios del cómic europeo, y en este sentido es inevitable echar de menos algún pequeño artículo que explique el contexto de la creación de la obra y el gran trabajo de sus dos autores.
Un científico estudioso del tiempo, un conejo enamorado, un cazarrecompensas, un capitán de barco explorador, un pintor desquiciado… Estos son algunos de los personajes que encontramos en esta gran historia. Todos ellos, además, parecen estar relacionados de alguna manera con Ania, una mujer fatal, exploradora y ladrona, que va engañando a diferentes personajes en distintos palacios y cortes reales mientras roba unas misteriosas monedas antiguas.
En medio de toda esta maraña de personajes, el Polo Norte de este mundo fantástico desaparece de la noche a la mañana. El punto cardinal parece haberse esfumado de repente de mapas y brújulas, los animales migratorios se extravían y los países empiezan a tener conflictos con sus vecinos.
Las aventuras de Ania y de sus compañeros les llevan a diferentes lugares de un mundo exuberante, lleno de ciudades laberínticas, fortalezas flotantes, grandes palacios y poderosas fuerzas elementales. También hay criaturas oscuras y misteriosas que los acechan, y grandes ecosistemas de paisajes y animales fantásticos que vemos con todo lujo de detalle en las viñetas.
La estética y la imaginación de Azimut son muy atrevidas y son, sin duda, los principales puntos fuertes de la obra. Además de las criaturas fantásticas que vemos en las ciudades, las junglas y los desiertos, en el mundo de Azimut hay muchos componentes mecánicos que tienen un gran protagonismo en la historia. Engranajes, maquinarias y complicados aparatos aparecen por todas las ambientaciones, e incluso se integran con la arquitectura y la vida natural de una forma muy orgánica. Todo esto hace aún más sugerente el mundo de fantasía mecánica creado por Lupano y Andréae.
El responsable de los magníficos dibujos y colores es este último, Jean-Baptiste Andréae. Azimut puede ser su obra más accesible editada en castellano, aunque son bien conocidas en Europa sus series Terre mécanique (Casterman, 2002-2009) y La confrérie du crabe (Delcourt, 2007-2010). Su trabajo como dibujante, ilustrador y colorista suele estar hecho íntegramente a mano, y los acabados así lo reflejan. El trazo de Andreae es finísimo, muy delicado, y los colores están llenos de mezclas y degradados. La forma en la que Andréae colorea la luz afectando a las superficies, a los cielos, a las nubes y a los paisajes naturales es casi impresionista, pero al mismo tiempo su dibujo nutre todos estos escenarios de detalles: ratas comiendo de platos viejos en calabozos, habitaciones abarrotadas de gente, arquitectura recargada o adornos sutiles en los dientes de un engranaje. Y todo ello al servicio de un buen uso de la profundidad de campo en los planos de las viñetas. El resultado es un gran espectáculo visual que sabe dirigir muy bien el ojo del lector.
Por otro lado, la expresividad de los personajes nos permite empatizar con ellos y comprobar lo bien que funciona su diseño artístico en diferentes situaciones. Al verlos es inevitable pensar en la animación clásica, si bien es cierto que las pocas figuras femeninas que aparecen en la obra se representan siempre de una manera muy sexualizada. En un mundo de excesos y de formas variopintas como es el de Azimut, la imagen femenina siempre es muy sensual y normativa, en lo que sin duda es una seña de identidad del autor. A pesar de ello, esta marcada sexualización de las mujeres y el carácter femenino no impide que sean personajes fuertes, temibles y centrales en la historia.
El guion parece no tener demasiados complejos a la hora de contarnos las aventuras de estos personajes. La serie está escrita por Wilfrid Lupano, conocido por sus premiadas obras como Un océano de amor (2014), Los viejos hornos (2014 – actualidad) o la más reciente Blanco Alrededor (2020).
Lupano nos trae todo tipo de situaciones rocambolescas que nos harán reflexionar sobre el paso del tiempo, la ecología, la guerra y el humanismo, pero siempre de una manera muy alegórica y ambigua. También irónica y humorística. Los lectores que esperen largas explicaciones sobre las criaturas misteriosas que nos encontraremos en esta aventura podrían verse decepcionados en este sentido. Lupano prefiere siempre mostrar antes que contar, e insinuar significados y dobles lecturas que nunca llega a definir al completo, quizás por falta de espacio o de interés.
Sin embargo, funciona. A Lupano y a Andréae no les interesa llevarnos a una fantasía sobre raíles, estática y previsible. En su lugar, prefieren enseñarnos un torrente de imágenes y conceptos fantásticos, a veces inconexos, al mismo tiempo que plantean algunos temas en los que pensar, como la inmortalidad, el amor o la condición humana. Las intenciones de los personajes, su contexto, sus arcos de desarrollo y la coherencia narrativa son claramente elementos secundarios en esta obra. Como decimos, esto puede no gustar a todo el mundo, pero el resultado sí es posible que contente a una gran mayoría: Azimut es una obra bellísima que tiene el suficiente bagaje como para hacernos reflexionar sobre esas cuestiones más profundas por nuestra cuenta. Hay una base de conceptos muy potentes y muy interesantes que está muy bien fundada y que, si bien no van a dejar satisfecho al lector a base de respuestas, sí le van a hacer plantearse muchas preguntas. Y eso nos va a motivar para seguir leyendo y nos va a hacer disfrutar del conjunto.
El resultado final se ve inevitablemente afectado por todo esto. Cinco capítulos publicados en siete años parecen no ser suficientes para que Lupano desarrolle todo lo que sus personajes podrían aportar. Por mucho que los autores quieran tratar ciertas cuestiones de la trama de manera ambigua, es evidente que la resolución de la obra es precipitada, probablemente por diversas circunstancias que afectan sin remedio a una obra tan grande. De esta manera, en ciertos momentos de la obra el guionista usa algunos recursos que son espectaculares en lo artístico –gracias a su compañero Andréae, claro- , pero que no son demasiado brillantes en lo narrativo. No importa. Lupano y Andréae parecen tener claro a qué darle importancia en su historia, que parece tan bella y rica en algunos aspectos y tan embrutecida en otros.
Como muchas obras de estos mismos creadores, Azimut tiene un marcado carácter bohemio en los temas que trata. Los autores parecen decirnos una y otra vez que su historia y sus personajes se mueven casi por cuenta ajena con vida propia, si entramos en este juego de alegorías constantes y de fantasía desbordante. El carisma de la obra en conjunto es diferencial, y la falta de coherencia narrativa se compensa con una coherencia visual y una construcción del mundo que sin duda dejará a los lectores con la boca abierta al pasar las páginas. Aunque pueda parecer una expresión manida, la obra tampoco parece tomarse muy en serio a sí misma. Esta es una gran historia fantástica sin demasiadas pretensiones, pero que sabe disfrutar de su carácter bohemio, de filosofar sobre temas existenciales, y de hacer un ejercicio de imaginación extraordinario.
Podemos hablar de los cronópteros, de las clepsigrullas, del Arrebatatiempo o de los antropótamos del Nihilo. O podemos hablar sobre el tiempo cíclico, de la capacidad de la humanidad para destruirse a sí misma de manera absurda, de la ambición y de la amistad. En cualquier caso, la percepción de los lectores va a ser la de que se encuentran delante de una gran obra de artesanía, con sus imperfecciones, sus carencias y manierismos, pero también con su atrevimiento, su atención al detalle y su técnica excelsa.
Como decíamos al principio, Azimut es una obra fantástica por encima de cualquier cosa. También lo es en todas las acepciones del término. Y claro, esa fantasía desbordante puede llevarnos a situaciones o lugares que no comprendemos muy bien. Sin embargo, mientras hace todo esto la obra siempre busca reconfortarnos. Sus autores parecen querer tranquilizarnos ante tanta perplejidad. Ese es el mensaje final y último de la obra, y perdura estupendamente en el lector: en un mundo fantástico, enloquecido, donde el Polo Norte ha desaparecido, conseguir llegar a ningún sitio es una proeza. Aunque no sepas dónde estás ni cómo has conseguido llegar hasta aquí, consuélate teniendo la certeza de que, efectivamente, estás aquí. Has llegado.