Akira es uno de los mejores cómics que existen, posiblemente el mejor manga de la historia. Y aún más, mucho más.
Akira ha sobrepasado al artista y a sí misma. Se ha convertido en una obra inmortal. Es una época, una futura, pero también, una que ya estamos viviendo y una que añoramos sin haberla vivido del todo. En una época donde un país renacía orgulloso tras la devastación atómica, emergía con rabia y honores y era envidiado por su deslumbrante tecnología, una que debía eclipsar las ruinas del pasado. En este país del lejano oriente, llamado Japón, que se regocijaba en su bonanza económica y una innovación que parecía no tener límites y que se aislaba más que nunca del mundo y recelaba de cualquier cosa venida de fuera, limitando sus propias producciones artísticas, una película de animación abandonó la gran isla de sol naciente y cruzó el gran océano para conquistar el nuevo y el viejo continente, no en balde, fue la primera película de animación importada a Estados Unidos. Creada y lanzada con anhelos y nostalgias de un futuro que aún está por venir, que no sabemos si llegará, pero que todo parece indicar que es al que nos dirigimos. Esta película se llamaba Akira, y estaba basada en el manga del mismo nombre.
Tanto de la obra escrita y dibujada como de la filmada, ambas, creaciones del maestro Katsuhiro Otomo, emana una fuerte crítica a la globalización, al capitalismo caníbal, a un desarrollo de la tecnología fútil que ni logra acallar los gritos del alma humana insatisfecha ni responde las cuestiones filosóficas verdaderamente trascendentales de los hombres, a una ciencia al servicio de grandes corporaciones y no al de las personas y a una arquitectura brutalista, babélica y desalmada. Además, su obra, en ambos lenguajes de expresión, exuda deseos necesarios de revolución ante un sistema totalitario y militarizado, pero también ansía un futuro distinto y deja entrever en el horizonte, un minúsculo átomo inestable de cuya reacción en cadena, puede desencadenar una explosión de esperanza, distinta a la que da comienzo y final en la película.
Aquellos que vivieron un período de la historia (años 80 y 90) que parecía convertirse en el ensayo y cúspide de artes como la música y el cine, dentro de este último, el subgénero de la animación que se producía, parecía haberse quedado estancado en un ratio infantil a manos sobre todo de Walt Disney Animation Studios. Producciones como El Rey León, La Sirenita, La Bella y la Bestia o En Busca del Valle Encantado, así como la mayoría de series de animación para el público más joven que se emitían por televisión. Animes como Captain Tsubasa, Caballeros del Zodiaco, Doraemon o Dragon Ball, entre otros muchos, no estaban carentes de calidad y entretenían a millones de niños en sus hogares, pero estaban claramente orientadas al colectivo infantil por temática y dibujo y a pesar de tener algunos de ellos, una grandísima influencia en años venideros, digamos que, raramente eran capaces de atraer a un público más adulto o exigente. Afortunadamente, también hubo grandísimas excepciones como La Tumba de las Luciérnagas, Heavy Metal, ¿Quién engañó a Roger Rabbit? o Mi Vecino Totoro entre otras, aunque la mayoría de estas, eran expuestas bajo el halo del entretenimiento infantil. Halo que aun perdura entre los no iniciados.
Afortunadamente, a lo largo de la historia siempre han existido personas que se han salido de los cánones y los parámetros establecidos, del camino marcado y de las reglas fijas y han querido ir más allá, tanto en el producto final, como en las formas. Cualesquiera que hayan sido sus profesiones, se les ha acabado llamando genios. Da Vinci, Orson Wells, Dalí y otros muchos lo fueron. Katsuhiro Otomo también puede sentarse en la misma mesa de los anteriormente citados.
Antes de llegar la década de los noventa, el cine ya había conocido obras tan grandes como El Resplandor, Toro Salvaje, El Padrino 1 y 2, Apocalypse Now, Lawrence de Arabia, Chinatown, Blade Runner o Tiburón entre otras, y dentro de la animación, curiosamente, el 16 de abril de 1988, El Estudio Ghibli, de la mano del gran Hayao Miyazaki y Isao Takahata estrenaron en Japón conjuntamente en una sesión doble, Mi Vecino Totoro y La Tumba de las Luciérnagas. El hecho de producir dos películas al mismo tiempo podría haber llevado a la ruina económica al estudio de no haber cosechado sendos éxitos de taquilla y crítica.
El mismo año, se estrenó también la versión cinematográfica de Akira, casi dos años antes de la finalización del manga, y por ende, se vio obligada a mutar como Tetsuo en parte de su desarrollo y finalizó de una manera quizás un tanto abrupta e interrupta.
A pesar de ser la película de animación más taquillera de ese año, cuando se realizan las listas de films de animación más taquilleros no aparece entre los primeros puestos, ni siquiera en la zona intermedia, de ahí que muchos la consideren película de culto. Cierto es que, gracias al alquiler en videoclubs, en aquellos dorados años, las películas tenían una segunda oportunidad para ser descubiertas. Aproximadamente seis meses después de su estreno en las pantallas de cine, las películas eran vendidas a los videoclubs para su posterior alquiler. Fue el caso de Blade Runner y Akira, cuya distribución en esta plataforma, consiguió alcanzar a un público mucho más amplio y convertirse en el éxito que son ahora. Ambas obras han sido reeditadas en varias ocasiones, teniendo la primera hasta siete versiones y estrenada recientemente en salas de cine, una nueva versión de Akira en 4K.
El público de esa edad dorada del atrevimiento y la creatividad, disfrutaban dentro de un marco de ficción con unas fronteras muy marcadas. El género que más destacó, fue la ciencia ficción, películas icónicas como Regreso al Futuro, E.T. La Cosa, Terminator, Alien, Cazafantasmas o Star Wars hacían volar la imaginación y se convertían en clásicos imperecederos sin saberlo.
La película considerada por muchos como la mejor película de ciencia ficción de todos los tiempos, fue Blade Runner, del director Ridley Scott, basada en la novela cyberpunk de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, aunque la ciencia ficción tan solo fuese el envoltorio de una gran obra de cine negro, donde la tecnología futurista, aunque presente, es secundaria, y lo verdaderamente trascendental es nuestra relación con ella, las cuestiones filosóficas acerca de la vida y la muerte, el humanismo de los replicantes, su capacidad de sentir y cuestionarse su propia existencia y moralidad. Fue una obra seminal para muchas otras que vendrían a continuación. Su influencia traspasó las pantallas y los vehículos de expresión artística. Se han escrito innumerables obras y ensayos sobre la película y ha servido de guía a muchas otras, entre ellas, por supuesto, a Akira.
Indudablemente, el presente de Japón sigue marcado por el holocausto atómico que sufrió durante la segunda guerra mundial. Es un hecho que podemos ver reflejado en muchísimas obras niponas, tanto fílmicas como literarias, así como en el carácter apocalíptico, inseguro tal vez y reservado de los japoneses. Por eso no es casualidad que la película de Akira comience y finalice con una gran explosión. Ese futuro distópico, resultado en la gran mayoría de las veces por un gran cataclismo, natural o nuclear, así como una sociedad fagocitada por la tecnología que sobrevive bajo el yugo de un Estado policial absolutista, es un rasgo común en casi todas las obras del género cyberpunk.
Muchos son los que se maravillan contemplando las maravillosas torres de cristal de Neo Tokio, sus increíbles vehículos voladores, las avanzadas I.A., la realidad virtual… Absortos, quedan prendados de sus luces, sus sonidos envolventes y la energía palpitante de su metrópolis veinticuatro horas al día. Quisieran poder mirar a través de un prismático y fantasear con ese futuro. Sin embargo, Otomo ha enterrado a pocos centímetros de la superficie de todo ese asfalto, una realidad subyacente que no es la que se espera, ya que todo está corrompido. Pobreza en las calles, burocracia estatal, manifestaciones violentas, pandillas de delincuentes, políticos corruptos, grupos religiosos extremos. No es más que una máscara en un baile de disfraces. Es solo la sombra del progreso. Toda esa visión utópica y postmoderna resulta ser una sátira. Se deja exclusivamente en manos de la ciencia y la tecnología la felicidad humana, se pretenden esconder los terribles complejos psicológicos, frustraciones… dando como resultado personalidades megalomaníacas y sociópatas, ausencia de comunicación auténtica y real y una deshumanización brillante y ruidosa. Porque Akira nos habla de todo eso y nos alerta. Es un futuro que se acerca a nosotros inexorablemente y que simplemente, lo que tenemos que hacer si queremos evitarlo, es no dejarnos engañar por las luces, los colores y el ruido de fondo.
La destrucción por partida doble de la modernísima ciudad de Neo Tokio es una alegoría a la propia condición humana, y en este caso, a uno de los protagonistas, Tetsuo, cuyo cuerpo físico, no puede resistir albergar un poder tan inmenso sin la madurez necesaria, y estar en lo más alto del status quo social, tampoco le hace feliz. Sentado en su trono de cemento gris, con ese gran poder psicoquinético, él no se siente feliz, y sigue creyendo en la certeza de que solo si consigue un poder superior, conseguirá serlo.
Porque en realidad, de eso habla Akira, de la avaricia sin sentido de los seres humanos, de la necesidad de control y de la búsqueda ciega del poder ilimitado, absurdo, y como éste, te corrompe desde las entrañas. El querer ser un Dios, o más que él, y nuestra inevitable caída babélica al intentarlo. La necesidad de ser adorados. De alguna forma, Tetsuo anhela esa adoración y pleitesía, pero lo único que consigue es presidir un gran estadio…vacío.
Resulta perfectamente comprensible que al espectador que visiona por vez primera, Akira, le surjan muchas dudas o quede con la sensación de haberse quedado a medias. La película, debería tomarse como un delicioso aperitivo, que precede al gran plato principal que es el manga. Ciertamente, el final de la misma, se nos presenta quizás de forma atropellada e inconclusa, dejando a su conclusión más preguntas que respuestas. Corre el rumor que el gran Alejandro Jodorowsky y Katsuhiro Otomo se encontraron en un café de París, y que juntos elaboraron ese final que sin duda necesita de la lectura a posteriori del manga. Todos estos elementos impactaron en millones de personas que por primera vez se acercaban a una película de animación. Jamás se había producido algo similar, que rompiese tantos esquemas, y no solo como resultado, sino en las formas de crearlo.
¿Quién no ha deseado en su adolescencia rebelarse contra sus padres, contra profesores y contra el sistema en general? ¿O con pilotar la moto de Kaneda? Con sus doscientos caballos de potencia, rotores gemelos de cerámica en cada rueda y esos destellos luminosos inspirados según el mismo Otomo en las motos de otra película de ciencia ficción y cyberpunk: Tron; creados a través de la antigua animación de celdas. Esta magnífica moto se convierte en la película (no tanto en el manga) en un elemento importantísimo, y adquiere el estatus casi de personaje. Unas luces dibujadas veinticuatro veces por cada segundo. La maestría en la utilización de la luz destaca de forma increíble a lo largo del film. Lo mismo ocurre en otra gran obra del séptimo arte ya mencionada: Blade Runner, donde la iluminación es crucial a la hora de generar atmósferas.
La animación en el mundo entero y especialmente en Japón, nunca fue igual desde el estreno de Akira. Su impacto en la industria elevó las cotas de calidad demasiado alto. El audio fue grabado anterior a la animación, es por ello que los actores no sabían con exactitud qué era lo que estaba sucediendo en cada toma. Se innovó en las expresiones faciales de los personajes. Acostumbrados en series y películas a ver rostros animados en absoluta quietud y una boca que se movía más o menos acorde al sonido, en Akira lograron que el rostro adquiriera diferentes formas y movimientos sincronizados con la boca de los personajes cuando éstos hablaban, dotando de una mayor sensación de realismo en las facciones. El salto de calidad fue enorme, al igual que el presupuesto de setecientos millones de yenes, una cantidad elevadísima para aquellos años.
Se necesitaron de siete estudios de animación para la producción de la obra, para mostrar escenas con unos ángulos y puntos de vista vertiginosos nunca antes vistos, entre ellos, la imitada hasta la saciedad, escena donde Kaneda derrapa su flamante moto en un primer plano. Una locura, una inversión y sacrificio solo propia de los genios. Toshiharu Mizutani fue el hacedor junto al propio Otomo de comprender el espíritu de un proyecto tan innovador, y le dieron el protagonismo que se merecía al dibujo hecho a mano, la animación artesanal, tradicional o animación por acetatos, que consistía en dibujar a mano un fondo que se mantenía inamovible y después, dibujar en unas láminas llamadas acetatos, aquellos elementos que se desplazaban en la escena y sobreponiéndolos entre sí para exponerlos a las fotografías posteriores que les dotarían de la sensación de movimiento. Otomo estaba obsesionado por conseguir el hiperrealismo en la animación, para ello usó más de ciento cincuenta mil acetatos, esto es, una animación íntegra en unos, que quiere decir, veinticuatro imágenes por segundo, ósea una imagen por cada fotograma, una auténtica barbaridad. Superando la animación que se hacía por aquel entonces en los estudios de Disney. Todo esto, unido a una belleza de colores, el diseño de escenarios íntimamente detallados en los interminables edificios, la iluminación, el neón y unas composición únicas.
El cyberpunk, tan explotado en la actualidad, era un género que recién daba sus primeros pasos, de ahí el tremendo riesgo de apostar por un guion revolucionario en sus formas. Otomo dio el primer paso, y si bien fue deudora clara de Blade Runner o incluso de Easy Ryder, después vinieron Ghost in the Shell, Evangelion, Perfect Blue, Dark City, Matrix, Días Extraños…Sin duda, obras claramente influenciadas por Akira. Esa estética tan marcada de una visión futura pero tan cercana, distópica pero atrayente al mismo tiempo, fue referencia clave para las producciones que vendrían en años venideros.
La banda sonora, a cargo de Tsutomu Ohashi, fue otro gran recurso que colaboró a realzar más si cabe la grandeza de la película. Escogida con meticulosidad, envolvía las escenas de un aura mística potente y ayudaba a expandir la intensidad de los momentos más épicos como la antagonización entre Kaneda y Tetsuo. Mientras que en las apariciones de Kaneda, las voces humanas y los elementos orgánicos denotaban los rasgos más propios de las debilidades y pasiones de los hombres, en las escenas donde Tetsuo era el protagonista, los sonidos metálicos, densos y repetitivos y por ende oscuros, querían reflejar los instintos más bajos de la condición humana y su transmutación a una entidad cibernética.
Un poco sobre el artista: Katsuhiro Otomo nació el 14 de abril de 1954 en Tome, Prefectura de Miyagi, Japón. Desde muy temprana edad, desarrolló un gran interés por el manga y el cine, fascinación que le llevaba a pasar horas y horas consumiendo mangas e imágenes que a la postre le servirían de inspiración. Otomo se considera de la vieja escuela, de hecho, su técnica de dibujo se define como tradicional. Astro boy, la serie manga escrita e ilustrada por el considerado por todos, el Dios del manga, Osamu Tezuka, fue de gran inspiración para Otomo por sus dibujos, los que copiaba frecuentemente para alcanzar un estilo propio. Sin embargo, fue el libro ¿Cómo dibujar un manga? de Shōtarō Ishinomori quien despertó realmente su pasión por dibujar mangas en un nivel superior.
Las revueltas de los sesenta en Japón, una de las épocas más convulsas en la historia reciente del país del sol naciente, afectaron profundamente la personalidad de Otomo. La revolución en las calles, toda esa pasión, ese grito de libertad, las manifestaciones y el caos, calaron en lo más hondo, mutando y orientando sin que él lo supiera, la forma de expresar su estilo de dibujo y su arte en general. Más que el interés que pudiera desarrollar en la escuela secundaria por las películas de animación de la época, lo que realmente marcó a Otomo, fueron las películas americanas de los sesenta y setenta, como Easy Ryder, que no dejaba de ser, un canto a la rebeldía y a la libertad, conceptos que plasmó en sus obras. Otomo tiene alma de cineasta, es algo muy palpable al leer varios de sus mangas, creando en muchas ocasiones las viñetas, para que sean digeridas por el lector, como una escena de película.
Su traslado a Tokio para perfeccionarse como artista y encontrar su hueco en el mundo del manga, era vital. No tardó en debutar como mangaka adaptando la novela Mateo Falcone de Prosper Mérimée para la revista semanal Action, titulada Gun Report. Su gran andadura había comenzado, y después de escribir algunos cuentos para la revista Action, en 1979, Otomo sacó su primera gran obra de ciencia ficción, Fireball, en donde ya se puede apreciar, pinceladas de lo que vendría a ser su arte del futuro. Además, tendríamos el primero de muchos enfrentamientos entre dos antagonistas, en este caso, entre un hombre y una máquina. En Pesadillas, Otomo imaginaría el enfrentamiento entre una niña y un anciano con poderes psicoquinéticos y en Akira, el duelo se llevaría a cabo entre dos amigos adolescentes, uno de ellos también con poderes metahumanos.
El cine siempre estuvo presente en la vida de Otomo, llegando a trabajar como diseñador de personajes en la película Armageddon, de 1982, y antes de esto incluso, leía por pura afición, guiones de cine y ensayaba escribiendo algunos. Ya mediados de 1982, Otomo comenzó a trabajar en lo que sería su gran obra, Akira, haciendo uso y conjuntando todos aquellos conocimiento adquiridos hasta ahora y las pasiones que albergaba en su interior.
La historia: Recién finalizada la tercera guerra mundial, la ciudad de Neo Tokio, esconde las verdaderas causas del cataclismo que asoló la ciudad bajo una gran fuerza militar impuesta por el Gobierno. Es una edad distópica en la cual no hay futuro más allá del sometimiento total o la ley del más fuerte que rige en las calles y donde los adolescentes se ven abocados a buscarse la vida como pueden. Bajo una gran máscara de tecnología y modernidad, se esconde la decadencia máxima del ser humano, y en las calles de Neo Tokio, sobreviven y se divierten con sus motos, la panda de Kaneda y Tetsuo, que rivalizan con los Clowns.
Las fuerzas imperantes en el país se dividen entre un Gobierno fraccionado, grandes corporaciones, un ejército opresor y facciones religiosas extremistas, y en medio de todo esto, el gran secreto que descansa bajo las ruinas, ese gran poder catalizador del desastre reciente, aguarda su segundo advenimiento.
En medio del caos, el azar o los designios de un poder superior, hacen que Tetsuo se vea envuelto en un desafortunado accidente y que éste, revele que los poderes que una vez asolaron su país, también coexisten en su interior. Y teniendo en cuenta la esencia humana y la habilidad de cualquier poder para corromper al hombre, una vez más, tendremos una energía incontrolable poniendo en peligro al mundo entero y una lucha entre dos amigos no con el propósito de salvar el mundo, sino a sí mismos y a las personas que quieren.
Años después hemos podido ver finales similares (dos antagonistas luchando con poderes metahumanos) en películas como Dark City o Matrix Revolutions, incluso la gran aclamada serie Dragon Ball o Ghost in the Shell son deudoras de Akira. La finalización de la serie manga en los 2000 supuso la apertura de una nueva etapa para el artista, que sin dejar de trabajar como mangaka, si rebajó su intensidad y volvió a colaborar para el cine como escritor y dibujante en Visitors y Neo Tokio o incluso como director en Robot Carnival y muchas otras, incluso debutó para DC en el cómic americano colaborando con un espectacular elenco de artistas como guionista e ilustrador con Batman, Black and White junto a Neil Gaiman, Brian Bolland y Bill Sienkiewicz entre otros muchos. Tiempo más tarde, trabajó junto a Satoshi Kon en el thriller psicológico Perfect Blue, obra obligatoria para el amante del anime. Su legado artístico, una carrera tan densa, compleja y faraónica, ha sido seminal para muchas otras que le siguieron, la influencia de Otomo resalta en decenas de obras posteriores de manera muy gráfica y subyace en otras tantas. En la última década se han anunciado varios proyectos que pretenden llevar Akira a la gran pantalla de nuevo en una nueva versión Live Action. El actor Leonardo Di Caprio es quien posee los derechos para ello, aunque son muchos, especialmente los fanáticos de la obra, que recelan de este tipo de proyectos.
La ambientación tanto en la película como en el manga resultan asombrosas. Otomo consigue expresar en cada viñeta, una capacidad para mostrar el movimiento y el caos sin igual, con una altísima calidad en el dibujo desde la primera a la última página. Recientemente, Norma Editorial ha sacado una edición en blanco y negro del manga, quizás la más fiel a la obra original y la más recomendable, autorizada por el propio Otomo, pero en un pasado reciente, el manga ha sido editado en diferentes versiones.
Para hacer más visible y accesible la obra a un público menos iniciado y conquistar occidente, se editó una versión con un sentido de lectura occidental, en vez de oriental como es lo habitual en Japón. Se tradujeron las onomatopeyas y se llevó a cabo el coloreado de la obra, a cargo de Steve Oliff. Un coloreado que en ciertas ocasiones solapa y esconde ciertos detalles del dibujo original en algunas de sus páginas, por ejemplo, en ciertas viñetas, el artista expresa la velocidad con líneas paralelas entre sí, y éstas se oscurecen con el coloreado, minimizando esa sensación en la secuencia. El dibujo fue completamente volteado para esta edición, haciendo visibles ciertos fallos en la anatomía de los personajes entre otras cosas. La censura, aunque mínima, también fue protagonista en su edición occidentalizada, más orientada a los desnudos (mínimos) que a la violencia explícita.
Cuando el lector tiene delante de sí las páginas satinadas, el color en ocasiones produce un reflejo molesto que dificultan parcialmente tanto la lectura como la visualización de la viñeta completa con claridad y esto lleva a tener que mover en diferentes ángulos para jugar con la luz y hacer desaparecer el reflejo. Otro gran error muy apreciable por el lector se muestra por ejemplo en ciertas dobles páginas. La imagen aparece cortada en su mitad por una franja blanca, disminuyendo el impacto de la ilustración y de la propia narrativa. Es el caso del hongo atómico con el que empieza la historia. Teniendo en cuenta todos estos factores, la calidad del coloreado, íntegramente en digital, tiene un nivel bastante alto, aunque no será del agrado de los verdaderos fanáticos de la obra. A pesar de todos estos puntos en contra, la edición occidental coloreada, obtuvo un éxito demoledor.
La versión en blanco y negro más reciente de Norma Editorial resulta sin duda más recomendada para los lectores que quieran disfrutar de la obra más fiel y con más calidad y detalle. Se trata de una edición de gran tamaño pero escaso peso en sus tomos dado el gramaje y la porosidad de su papel que le dan un aspecto mucho más originario y vetusto.
En cuanto al dibujo de Akira, no queda más que rendirse a la evidencia y magnificencia del increíble logro en los detalles que resaltan por toda la obra. Espectacular y atemporal. La perspectiva que logra el maestro en algunos planos es sencillamente increíble e innovadora. La maestría en la utilización de los grises, la sensación de movimiento y expresividad… Seguro que Katsuhiro Otomo meditó en alguna ocasión la posibilidad de compaginar su arte con la profesión de arquitecto, ya que resalta en muchas de sus obras el gusto por poblar escenarios repletos de edificios. Arquitecturas complejas, detalladas tanto en su prístina estructura como en su decadencia y destrucción.
El impacto y legado de Akira en la cultura pop, en el cine, la literatura y la ciencia ficción es de tal dimensión, que llega hasta nuestros días y seguro que seguirá influenciando a obras venideras. Akira agitó muchos corazones a finales de los noventa y los dos mil, y sigue conmoviéndonos cuando volvemos a ella. Son muchos los lectores que descubrieron Akira por primera vez hace treinta años y sin comprenderla, enraizó en sus corazones, dejando una impronta de algo que sin saber muy bien que era, se sentía especial. Y ya siendo adultos, la han redescubierto para poder contemplarla, admirarla y sobre todo valorarla en la medida que le corresponde. Obra maestra para cualquiera que se considere amante de la literatura y/o el cómic.