“-No puede engañarme, amigo mío; sé demasiado, y mis caballos son rápidos.
Al responder, sonrió. La luz de los faroles alumbró una boca de aspecto severo, con labios muy rojos y dientes de aspecto afilado, blancos como el marfil. Uno de mis acompañantes le susurró a otro el verso de Lenore de G. A. Bürger:
«-Pues los muertos viajan rápido».
Evidentemente, el extraño cochero oyó sus palabras, pues le dedicó una sonrisa deslumbrante.”-Diario de Jonathan Harker, Drácula de Bram Stoker.
Muchos kilómetros tuvo que viajar el pobre Jonathan Harker para subirse a aquel carruaje, conducido por aquellos caballos negros y el cochero sospechoso. Estaba en aquella región de Rumanía sustituyendo a un superior, un notario que debía encargarse de ciertos trámites burocráticos con un enigmático noble transilvano. Este Conde Drácula quería comprar propiedades en Inglaterra, cerca de Londres, y necesitaba la ayuda de administrativos ingleses para completar los trámites. Durante su viaje al este, Jonathan Harker escribe entonces en su diario un conjunto de experiencias terroríficas que pasarían a la historia de la literatura universal. No son solo sus notas personales las recogidas por Bram Stoker, sino también las de su prometida, Mina Murray, así como las del Doctor Seward. Todo ello daría forma a la novela epistolar que Bram Stoker publicó en 1897.
Tal y como susurran los pobres transilvanos, el mismo Conde Drácula también ha viajado mucho, y muy rápido. Stoker creó el personaje a partir de todo un conjunto de relatos, supersticiones y referencias previas relacionadas con los vampiros y las criaturas nocturnas del terror gótico. Más de un siglo después, Drácula es, posiblemente, la novela que más veces se ha adaptado a diferentes medios. Así pues, la pregunta es sin duda atrevida, pero necesaria: ¿De verdad es relevante hablar de otra adaptación más en el medio del cómic?
En esta reseña vamos a hablar de la adaptación de Drácula realizada por Georges Bess, un gran artista del cómic europeo; un nombre consolidado por su gran experiencia como dibujante en los últimos 40 años de historia del medio. Nació en Túnez en 1947 y fue criado en París. Después de trasladarse a Estocolmo, en los años 70 dibujaba para la edición sueca de la revista Mad, y a partir de 1975 trabajó en más de 50 números de The Phantom, El Hombre Enmascarado. Tras volver a Francia en 1987, empezó a trabajar con Alejandro Jorodowsky en obras que fueron muy reconocidas y que asentaron su nombre entre la élite del cómic contemporáneo, como El lama blanco, Los gemelos mágicos, Aníbal 5 y Juan Solo.
Entre otras muchas, Georges Bess también publica obras realizadas por él mismo en solitario, como Escondida, en 1998, Bobi, en 2004, o Pema Ling, entre 2005 y 2009. Además, en 1999 colabora con Pierre Louÿs ilustrando el segundo volumen de la serie Aphrodite, donde también había trabajado Milo Manara. El suyo es un dibujo detallista, dispuesto en composiciones muy complejas, donde Georges juega con grandes contrastes entre muchos elementos detallados y grandes vacíos bien calculados. La atención por los paisajes, la arquitectura y los rasgos distintivos de sus personajes es una constante en su obra. Su versión de Drácula la edita originalmente Glénat en 2019, y en 2021 Norma Editorial publica su versión en castellano.
Antes de hablar de los aspectos formales de la obra de Bess es importante entender lo que el artista quiere adaptar. A menudo se define a Drácula de Bram Stoker como la obra más representativa del terror gótico del siglo XIX. Las historias de miedo que se escriben en este momento giran siempre en torno a un elemento fundamental: el muerto. O mejor dicho, el no-muerto. No es casualidad que este término, no-muerto, apareciera en muchas ocasiones acompañando el nombre de Drácula en forma de subtítulo. Pero mucho antes de que Stoker consiguiera terminar su obra a finales de siglo, todo el género de cuento de miedo anglosajón ya giraba en torno a esta figura del fantasma, el espíritu, el cadáver encadenado que arrastraba sus desgracias y tenía cuentas pendientes con los vivos.
Hay que tener en cuenta que en el siglo XIX ya estaba totalmente desterrada la idea de que los muertos pudieran volver a la vida desde un punto de vista científico. El Racionalismo de los siglos XVII y XVIII, junto con el pensamiento científico, moldearon la cultura del momento y tuvieron gran impacto en la sociedad. En parte, podríamos decir que el Romanticismo de principios del siglo XIX surge como una respuesta a este contexto: el Romanticismo expresa una serie de sentimientos de la época que chocan con una sociedad industrializada y politizada. Entre otras cosas, los románticos buscan reflexionar sobre el papel de los individuos en una naturaleza cada vez más distante. Es una expresión cultural que responde a una serie de inquietudes, como que la humanidad se ve cada vez más absorta en sus problemas económicos y sociales, con grandes núcleos urbanos de crecimiento desmedido y población alienada.
El progreso, el mecanicismo, las teorías políticas y las revoluciones burguesas e industriales… Es en este contexto donde estas historias de miedo pueden asentarse. Naturalmente, los temores que tratan estaban ya superados como sociedad desde un punto de vista racional, pero el caso es que aquellas historias del momento seguían despertando emociones en los individuos. Culpa de ello la tienen autores esenciales de estas décadas, como Ana Radcliffe, John William Polidori, Mary Shelley o Edgar Allan Poe, entre otros muchos. Ellos seguían despertando en los lectores sentimientos que cada vez parecían estar más distantes de las preocupaciones contemporáneas.
La prosa de Stoker en Drácula es un punto de inflexión al mismo tiempo que es un eslabón más de esta cadena, formada por otros muchos y muy conocidos autores y obras. Estos iconos se han reformulado constantemente hasta llegar hasta nosotros de mil maneras diferentes. La novela de Stoker llega así hasta las tintas de Georges Bess en pleno siglo XXI. La obra que analizamos aquí es tan simple y tan compleja como eso mismo: una interpretación de la obra de Stoker a manos de un gran nombre del cómic europeo.
Como buen relato de terror, la adaptación de Georges Bess no falla a la hora de atrapar al lector. Sus grandes splash-pages, con sus magníficas ilustraciones, atrapan al lector y lo sumergen en un mundo victoriano y oscuro de tintas negras, magníficos detalles y composiciones fascinantes. Los momentos climáticos son numerosos, y es entonces donde los iconos que en su día formulara Stoker se ven representados en su máxima expresión. Estas grandes ilustraciones de Bess siempre tienen en cuenta los sentimientos que viven los personajes que ocupan la narración en ese momento. De esta manera contribuyen a comunicar la historia al mismo nivel que los cuadros de texto. Jonathan Harker puede sentirse atrapado en un laberinto de pasadizos dentro del castillo del Conde, al mismo tiempo que Mina pasea por el melancólico cementerio de Whitby, o el propio Drácula aguarda la llegada de su invitado. Georges Bess traduce todo eso en forma de grutas oscuras, nubes de tinta negra que acosan a los protagonistas en sus sueños, composiciones violentas en momentos donde se dejan llevar por el terror absoluto, o grandes paisajes donde la naturaleza se muestra como fascinante e inabarcable, a la vez que parece estar acechando a los viajeros.
La artesanía y el buen hacer de Bess podrían bastar para sostener a la obra por sí misma. Pero el autor francés no se limita a eso; a nivel artístico podemos extraer muchas más cosas de su trabajo en Drácula. Hay formas ondulantes, abstractas y sinuosas para evocar los momentos de posesión, o en los que Drácula usa sus poderes hipnóticos. También viñetas modestas, pequeñas y bien delimitadas, que Bess usa como transición entre grandes escenarios y que acompañan a los diálogos. El grado de detalle es magnífico en todos los personajes que aparecen en la obra, desde el primer anciano que habla con Mina en el cementerio de Whitby hasta la silueta inconfundible del profesor Van Helsing. En contraposición encontramos grandes superficies de viñetas sin ocupar, con vacíos blancos o negros, que sin duda responden a un reparto de esfuerzos y de trabajo, pero que también crean contrastes llamativos y acentos en determinados personajes.
Lo que supone un acierto absoluto en el trabajo de Bess es cómo interpreta él los grandes escenarios. La misma portada del tomo es un gran ejemplo de esto, como prácticamente cualquier ilustración de gran tamaño que encontremos en el cómic. Bess mezcla unas formas con otras como a él le parece. Sus composiciones juegan con nuestra propia percepción de los escenarios y terminan por definir toda la atmósfera de su obra, incluidos sus momentos de clímax terroríficos. También evocan, por supuesto, la teatralidad de la novela original. Aún a día de hoy Drácula se presenta como una novela enigmática, con múltiples niveles de lectura que han generado muchas preguntas en los lectores. Pero, además, la Drácula de Stoker es una novela muy teatral, tanto en la manera en la que se describen los acontecimientos como en su narración. Esto no debe extrañarnos, puesto que el propio Bram Stoker trabajó durante muchos años como secretario de Henry Irving, propietario del teatro londinense Lyceum y una de los actores más famosos y reconocidos de la época. La influencia del teatro en Stoker es evidente en su forma de escribir, y nosotros, los lectores, podemos ver ejemplos muy marcados de esta escenografía gótica en la adaptación de Bess.
También en sus dibujos y en sus entintados. A veces las imágenes que nos trae Bess son hiperrealistas, con arrugas en los rostros de los personajes, o incluso pelos en las caras de los murciélagos. Al mismo tiempo, hay elementos de las composiciones que funcionan a veces como grandes telones barrocos, puestas en escena que, sin embargo, a veces se mezclan con formas abstractas y paisajes más etéreos, casi oníricos. Esto enlaza muy bien con los sentimientos que tienen los personajes que se mueven por esos entornos, como decíamos previamente.
Las montañas que rodean al castillo del Conde son altas y escarpadas, sí, pero Bess aprovecha para hacerlas con formas de alas de murciélago, que se abren amenazadoras recibiendo a Harker. Es el lector quien decide quedarse con una cosa o la otra, la imagen obvia o la insinuada. Hay cráneos humanos o vampíricos cuyas formas se mezclan con la naturaleza muerta de alrededor, con ramas, flores, espinas o raíces. La túnica de Drácula y sus jirones se funden con la oscuridad, con el cielo, o con las alas de los murciélagos que le acompañan. El castillo se levanta entre la bruma y la nieve, y Bess usa entonces un trazo fino, apenas una línea sin relleno, para insinuar formas que se desvanecen. A veces hay grandes manchas contundentes de negro, y otras vemos tinta que casi parece acuarela, usada para crear contrastes y formas más suaves.
Alguien que no esté acostumbrado a leer cómics puede hacerse la pregunta prohibida: ¿El texto acompaña a la imagen o la imagen acompaña al texto? La de Bess es una obra indivisible en este aspecto, como todo buen ejemplo del medio. No se puede entender en su plenitud lo uno sin lo otro, y desde luego, el resultado reafirma a Georges Bess no sólo como dibujante destacado del cómic europeo, sino como autor total. La sensibilidad de Bess para adaptar el texto de Stoker, reescribirlo y estructurar la narración en forma de capítulos es muy acertada y laboriosa.
Ya hemos mencionado antes que Drácula de Bram Stoker se publicó como novela epistolar, e incluso en sus días fue adaptada puntualmente a obra de teatro. Pues bien, Bess consigue llevar al arte secuencial los grandes temas de los que habla la obra original a base de grandes viñetas, bocadillos y cuadros de texto. Como decíamos antes, el miedo y la fascinación que genera el mundo del no-muerto está muy presente en esta obra. Bess nos muestra ese terror a algo desconocido, oculto en las montañas nevadas de Transilvania, algo que parece sobrevivir al mundo industrial, mecánico y victoriano de la época. Es una fuerza que pondrá a prueba el raciocinio de los hombres, la religión y la fe de Mina y Jonathan, el conocimiento científico y académico del Doctor Seward y del profesor Van Helsing. El Conde representa una fuerza aparentemente ancestral e indomable, que crece en los rincones de la civilización y que la amenaza.
La edición que nos trae Norma es atrevida y hace justicia a la obra. El diseño es el mismo que la edición Prestige que Glénat edita en Francia, con unos detalles modernistas tanto en los marcos de la portada como en la tipografía del título y los capítulos. Esta estética de principios del siglo XX es distintiva y atractiva, tanto en el acabado del pan de oro de los marcos de la portada como en la estética general del tomo. Apuntamos, además, que el diseño de la portada ha sido realizado por el propio autor acompañado de Pia Bess. Con estas decisiones de diseño parece que se ha querido huir de los estereotipos góticos y victorianos de las historias de terror de finales del siglo XIX. Es algo que se agradece y que le da mucha personalidad a la edición. Además la edición de Norma es de lomo plano y de gran formato. El papel es estucado, no poroso, pero de muy buen gramaje y acabado, de forma que los reflejos no impiden disfrutar las tintas de Bess. Toda la edición acompaña y engrandece a la obra, y facilita la inmersión del lector en ella.
Así pues, los lectores debemos tener mucho cuidado: los muertos viajan rápido. Y también viajan lejos. Georges Bess actúa aquí como artista total y se nutre del carácter de la obra original de Stoker para crear una adaptación única y enriquecedora. Con su gran técnica convierte la angustia y el miedo de los personajes en magníficas ilustraciones con gran talento narrativo. Cualquiera que valore un buen dibujo disfrutará con este trabajo, sea lector habitual de cómics o no. Bess consigue crear una experiencia magnífica, con una ejecución técnica espectacular que atrapará a los lectores sin remedio.