Olvídense de Millar, McNiven y su versión anciana del mutante de las garras de Adamantium, puesto que Logan es una película libre, que se olvida de esta historia y crea un universo nuevo, obviando las anteriores películas. Desde que hace un par de años George Miller presentase en Cannes Mad Max: Fury Road nace un concepto contradictorio pero real llamado «blockbuster de autor», Logan juega en ese campo.
La obra de James Mangold, que parece suceder en una linea temporal alternativa, nos muestra a un Logan agotado junto a un moribundo Profesor – X, la calma con la que lleva su vida se ve alterada por la aparición de una muchacha con la que aparentemente comparte poderes y, por ende, características físicas. Poco a poco descubrimos que se trata de un experimento llamado X-23 que tiene mucho, mucho que ver con él.
A medio camino entre el western y el mejor cine de Acción, Logan resulta ser una de las más estimulantes películas de superhéroes que nos ha dado el cine y es que el sello Mangold está presente en todo su metraje y no se perciben limitaciones de estudio o producción. Arranca la película en un tono melancólico hacia el personaje de Jackman, sin apenas diálogos, e incluso sin conocer al personaje, podemos imaginarnos el «grandilocuente» pasado del mutante quién, pese a sus altibajos personales, ha triunfado con solemnidad junto a su Patrulla – X. Poco a poco la obra va cogiendo un tono más oscuro y nos empezamos a dar cuenta de que se nos va a contar algo verdaderamente complicado y es cuando entra en escena Lobezna (X – 23) y se descubren todos los secretos en torno a la misma y da comienzo todo el desarrollo de la película.
Lo más solemne de la obra es la capacidad de establecer un vínculo entre estos dos «cachorros» sin que ella diga una sola palabra durante más de una hora del metraje y permite ver una conexión mental debido a sus similitudes tanto físicas como emocionales porque el director explora muy bien la idea de soledad y desasosiego del colectivo X y con dos miradas es capaz de diseccionar a cada uno de estos personajes.
En cuanto al aspecto visual, la película luce unos tonos marrones propios del género western y el uso de la, acertadísima, música nos evoca también al mismo. Las escenas de acción por primera vez hacen gala de la bravura y fuerza del personaje y consiguen ser explícitas y, por qué no, rozan el gore.
En definitiva, Logan es lo que cualquier fan de los mutantes ha querido ver siempre en una pantalla de cine y James Mangold profundiza en la idea de lo que es ser un superhéroe sin necesidad de mostrar mayas o pijamas. Logan tiene un ritmo abrumador, una película que avanza sola y que sin grandes diálogos consigue diseccionar la personalidad de esos personajes que tanto amamos. Siéntense en la butaca y, una vez más, olviden El Viejo Logan, y disfruten de una de las más épicas historias que nos ha dado la, cada vez más habitual, épica superheróica.