La batalla por hacer que el cómic deje de arrastrar la injusta etiqueta de arte menor lleva años librándose. Décadas y décadas, y aún a día de hoy, el sol está lejos de ponerse sobre ese cruento campo de batalla. La encarnizada disputa verbal e intelectual que un día se librara a pie de calle (o de kiosco), ha visto como en los últimos años se abrían nuevos flancos de disputa en forma de las omnipresentes redes sociales, un mar de opiniones, que no hacen sino eternizar algo que ya todo el mundo debería tener más que asumido: que el cómic es por derecho propio un arte mayor, y como tal, fuente de gran cultura.
Si hablamos de figuras que trataron de engrandecer este medio compuesto por viñetas y bocadillos de texto, yéndonos a América de sur, y más concretamente a la Argentina, el primer nombre propio que nos viene a los labios es el de Héctor Germán Oesterheld. La trágica historia del denominado padre de la historieta argentina es clave para conocer y entender el medio en todo un continente. La herencia que nos deja Oesterheld sirve como ejemplo paradigmático de toda una generación de argentinos. Un nombre escrito en mayúsculas en la historia del noveno arte, que derrochó amor por el medio, y cuyos ideales combativos y de revolución terminaron por llevarlo a la muerte.
Sirva este artículo como pequeño homenaje a la memoria de un gran creador de mundos, y a todos los lectores y profesionales de una nación tan fértil en el ámbito de la historieta como es Argentina. Por supuesto, el ánimo de estas líneas no es otro que el de informar y dar a conocer al posible lector, la vida y obra de este gran personaje, y no el de levantar ningún tipo de animadversión entre el público latino. Ya que aún a día de hoy sigue sin cerrarse la herida que dejó a todo un país, la dramática situación política y militar vivida durante la segunda mitad del siglo XX.
Nacido de Fernando, de nacionalidad alemana, y de Elvira, de ascendencia española, Héctor Germán Oesterheld viene al mundo en Buenos Aires un 23 de julio de 1919. Definido siempre como una persona callada pero muy inteligente, las posibilidades económicas de una familia acomodada permitieron al joven Héctor acercarse a los libros y amarlos desde muy pequeño. A lo largo de su vida, sus lecturas fueron tan numerosas y variadas que iban desde la novela de aventuras de Conrad, Stevenson o el Robinson Crusoe de Daniel Defoe (novela que el propio Héctor calificaba como su favorita, y que un día serviría como inspiración para escribir El Eternauta), hasta tratados más complejos como los de Sartre, o los textos del querido genio porteño Jorge Luis Borges.
Estudiante de Ciencias Naturales en la universidad de Buenos Aires, más concretamente de geología, estos conocimientos lo ayudarán posteriormente en la elaboración de sus primeros relatos infantiles, que trataban sobre la naturaleza. Poco después de terminar la carrera, combina el trabajo de geólogo para un laboratorio del Banco de Crédito Argentino con su verdadera vocación: la escritura. Nada más publicar su primer cuento, contrae matrimonio con Elsa Sánchez, de familia gallega, presencia que resultará clave durante toda la vida del escritor, e incluso después de la desaparición de este.
El matrimonio tuvo cuatro hijos, pues este era el número de chicos que según Elsa debía tener toda familia feliz. Lo que no podían imaginar es que serían chicas todas sus descendientes. Sus nombres: Beatriz, Diana, Marina y Estela. La familia vivía en una gran casa chalet cercana a las vías del tren que era la envidia de todo el mundo. Sus compañeros de profesión la definían como un lugar amplio y cálido, que siempre estaba abierto a visitas y a algún dibujante en busca de consejo.
Estos primeros años de madurez definen a Oesterheld como un humanista, llegando incluso a redimir la oscura figura de un soldado alemán de la Segunda Guerra Mundial, en una de sus historietas. No hay mal en los hombres, el mal es la guerra misma. Otra característica de vital importancia, que lo acompañó durante toda su vida, y que más adelante explicaría en parte su trágico final, es la del profundo amor y entendimiento que Héctor sentía hacia la juventud: todo lo joven es bello. La gente que lo conocía le preguntaba que por qué había decidido dedicarse a la historieta, en vez de a escribir novelas, que era lo que todo el mundo daba por sentado de él. La respuesta que siempre daba no podía ser más clara:
No escribo novelas porque los jóvenes no las leerían.
Contrario en aquellos años 50 y 60 al régimen peronista, llegó a rechazar un jugoso trabajo para escribir la biografía del general Perón. Poco después, el presidente fue apartado del poder y exiliado. Años más tarde, su compromiso político, así como su radicalización, fueron en aumento. Su empresa de escribir a finales de los 60 la biografía de Ernesto Guevara (todo un símbolo para el joven sudamericano oprimido de la época), como parte de un proyecto de retratar en historieta la vida de los más importantes caudillos latinoamericanos, sería un claro ejemplo de este cambio ideológico. A partir de aquí, Oesterheld quedaría marcado por los organismos que ostentaban el poder.
Fueron todos estos años de inestabilidad e inseguridad los que acabaron desembocando en el derrocamiento de Isabel Perón, y en la instauración de la dictadura militar denominada como Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983). Como consecuencia de esta cruenta dictadura, Oesterheld acabará militando en las filas de la organización guerrillera llamada Montoneros, autodefinida como peronista de izquierdas en unos tiempos en los que el peronismo estaba muy dividido en facciones y su deterioro era ya irreversible. Ni siquiera muchos de estos militantes sabían definir qué era lo que significaba ser peronista, llegando a responder que era más que nada un sentimiento.
Ni los que lo conocieron en su día, incluyendo su propia esposa, saben a qué se debió este radical cambio en Héctor, a favor de un activismo extremo. La militancia de Oesterheld en Montoneros coincide con la de sus propias hijas, en esos años jóvenes estudiantes que buscaban el cambio. No se sabe con exactitud si fueron las hijas, atraídas por la fuerte figura paterna, o el padre, siempre abierto a la mentalidad de los jóvenes, los que anduvieron por primera vez este camino sin retorno. Lo que sí parece quedar claro, es que nuestro protagonista nunca llegó a formar parte de la facción combativa del movimiento, relegando así sus labores al ámbito propagandístico y administrativo, y siendo parte de las denominadas JP.
Compañeros de lucha o amigos de sus hijas cuentan como siempre lo veían rondar por ahí con su nariz aguileña y su pelo blanco, empezando a ser conocido como El Viejo. Pronto se ganó la admiración de todo el mundo, ya que a diferencia de muchos jóvenes de clase baja que militaban, él pertenecía a un estrato social privilegiado, no tenía por qué estar allí, y sin embargo lo hacía. Es en estos últimos años, y debido a la situación de peligro que corría, que tuvo que verse obligado a vivir en la clandestinidad, yendo en secreto a entregar sus guiones a las editoriales, para inmediatamente después volver a ocultarse. Tan grande era el peligro, que llegó a tener que dictar los guiones a sus dibujantes por teléfono. Cuando de repente escuchabas un silencio al otro lado de la línea, es que estaba pensado, recordaba uno de sus artistas.
El final de esta historia es tristemente conocido por todos. Es entre el 21 y el 25 de abril de 1977 (fechas que la propia Elsa baraja) cuando un Oesterheld que llevaba ya tiempo huido, es detenido en La Plata por la dictadura. Nunca hubo constancia oficial de tal detención. Mientras tanto, Elsa languidecía profundamente afectada por las ideas tan peligrosas que abocaron al desastre a su familia, y que incluso la llevaron a ser víctima una noche en su propia casa de un asalto por parte de fuerzas armadas. El desastroso golpe de gracia lo obtuvo cuando sus cuatro hijas fueron desapareciendo una a una. Una de ellas, Beatriz, llegó a prometerle a su madre que abandonaría la militancia y estudiaría la carrera de medicina. Elsa no volvería a verla nunca más. Diana desaparecería al mes siguiente en Tucumán. A finales de año les tocaría el turno a Marina, embarazada en ese momento, y a Estela, junto al que era su marido.
Hay constancia de que Oesterheld estuvo preso en el campo de detenidos conocido como Vesubio. Numerosos testigos cuentan como allí se hizo amigo de una niña hija de padres represaliados (siempre la juventud), a la cual enseñaba y daba clases. También pasaba el tiempo escribiendo y dibujando (con su tosco trazo) historietas que le encargaban desde la propia prisión. Los últimos testimonios lo sitúan después en otro campo de detenidos, el irónicamente denominado como Sheraton, ya que en este emplazamiento los presos dejaban de recibir castigos y gozaban de unas mínimas condiciones de comodidad. Los relatos de un preso cuentan cómo se lo encontró un día en las duchas de la prisión, al principio no lo reconoció, ya que además de estar como en estado de shock y muy desanimado, el autor tenía un aspecto desmejorado y lucía una gran barba. ¿Qué le sucede?, le preguntó este preso. Que acaban de mostrarme las fotografías de mis cuatro hijas muertas. Tal era la crueldad y brutalidad de esta dictadura. El único cadáver que pudo ser recuperado por la familia fue el de Beatriz.
Aquí se le pierde para siempre la pista a Héctor Germán Oesterheld. Unas fuentes dicen que pudo acabar víctima de los negros Vuelos de la Muerte, otras sugieren que sus huesos acabaron enterrados en una fosa común. Nada es seguro, y aún a día de hoy esta historia, lejos de concluir, sigue todavía en carne viva.
La que continuó viviendo, hasta su fallecimiento en 2015, fue Elsa, que dedicó su vida al activismo en pro de asociaciones formadas por víctimas de la dictadura (el movimiento Abuelas de Plaza de Mayo), así como a la creación de diversas fundaciones en nombre de su marido.
La trayectoria como escritor de Héctor Oesterheld comienza en 1943, año en el que ve publicado su primer cuento titulado Truila y Miltar. Esta primera etapa la pasará escribiendo cuentos y relatos infantiles para distintas publicaciones como la revista Abril, muchos de los cuales son hoy difíciles de rastrear debido a la gran producción de trabajo que mostró durante toda su vida, y a que algunos de estos relatos venían firmados con un pseudónimo. Algunos de los más conocidos que utilizó fueron los de Héctor Sánchez Puyol, o Joe Trigger. También es curioso mencionar un apunte que los dibujantes que visitaban su lugar de trabajo se encargaron de comentar en posteriores entrevistas, y es el de que escribía todos sus guiones a mano y con una letra bastante ilegible, siendo después su esposa Elsa la encargada de pasar los textos a máquina.
A principios de la década siguiente, nuestro protagonista ya empieza a hacerse un nombre dentro del mundo de la historieta. Creado en 1952 para el número 176 de la revista de ciencia ficción Misterix, Bull Rocket sería su primer personaje de importancia. Poco después llegarían las colaboraciones con otro grande de la historieta mundial: Hugo Pratt. Junto a los dibujos del italiano, Oesterheld escribió el western Sargento Kirk, y una tira de género bélico protagonizada por el corresponsal de guerra Ernie Pike (al que Pratt otorgó la apariencia física de Oesterheld), un personaje basado en la figura de un auténtico corresponsal norteamericano. Es aquí donde procede comentar otro rasgo característico de la forma de trabajar de Oesterheld, que no era otro que la detallada y exhaustiva documentación que realizaba para sus guiones. Una anécdota cuenta que volvió loco al pobre Pratt después de buscar días y días en su extensa biblioteca el modelo exacto de rifle que quería que este dibujara. No está de más mencionar que de estos dos títulos, Norma Editorial, ha tenido el acierto de recopilar todo el Ernie Pike de Pratt y Oesterheld en un único volumen integral.
Otra de sus más apreciadas creaciones es la de Sherlock Time, para la revista Hora Cero. Título importante también porque marca su primera colaboración con el maestro del dibujo Alberto Breccia.
Llega ahora el momento de hablar del punto de inflexión en la carrera de Héctor, de la iniciativa que cambió la forma de entender el cómic en Latinoamérica, y por la que justamente es recordado como el Padre de la Historieta Argentina. Estamos en 1957, año en el que decide crear junto a su hermano Jorge la editorial Frontera, sello bajo el que verían la luz publicaciones como la vital y ya mencionada Hora Cero (hogar de El Eternauta), o la homónima Frontera. La salida al mercado de estos títulos marca un antes y un después tanto en los lectores de la época, con unas historias fuertes y revolucionarias llenas de profundidad y con personajes de a pie con los que la gente podía identificarse, como en el estilo narrativo de Oesterheld, más depurado y exquisito. Entra aquí la idea del nuevo arquetipo de héroe: el héroe colectivo. Un personaje normal y corriente lleno de debilidades y que no puede mucho por sí mismo, pero que en conjunto es capaz de lograr grandes cosas. El Eternauta, una obra que ha traspasado todas las fronteras y que rápidamente se convertiría en el mayor éxito de su bibliografía, ejemplificando todos estos valores en su protagonista, Juan Salvo.
Son tiempos de éxito profesional y de bonanza económica, pero todo lo bueno terminar por acabarse. En 1961 Frontera cierra sus puertas, y un Oesterheld desencantado pasa de controlar todo el material que se publicaba en sus revistas, a tener que volver a trabajar por encargo para otros medios. Es una época de dificultades, viéndose obligada la familia a disminuir su tren de vida, empezando por mandar a sus hijas a estudiar a escuelas públicas. Fruto de esta etapa oscura surgirá su segunda obra más importe y para otros muchos también la mejor: Mort Cinder. El hombre que ha muerto mil veces y viaja a través de los siglos, tendrá un recorrido de dos años, desde 1962 al 64, en las páginas de Misterix. Esta obra es apreciada además de por la calidad de los guiones, por el impresionante trabajo gráfico de un Breccia que no paraba de experimentar con su arte.
También tenemos al uruguayo Alberto Breccia como coprotagonista de las dos siguientes paradas en la obra de Oesterheld. Una es la ya antes mencionada biografía del Che, ilustrada al alimón por Breccia y su hijo Enrique, la otra, una nueva versión de El Eternauta, una especie de remake, que llegaría en 1969. En esta ocasión, Oesterheld aprovechó para meter una mayor carga política y crítica social, eso unido a la gráfica ya del todo expresionista de Breccia, provocaron un aluvión de críticas y ataques, y la obra no pudo concluirse de manera satisfactoria. Tampoco fue el adecuado el medio a través del cual difundieron esta re imaginación de las aventuras de Juan Salvo, ya que la revista Gente era una publicación dedicada más que nada a tratar temas del corazón.
Habría lugar, cómo no, en esta última etapa para la gigante editorial suramericana Columba. Para ellos escribe entre otros Kabul de Bengala, y contaba el editor de por aquel entonces cómo se sorprendió al descubrir un día a nuestro hombre durmiendo en su despacho. Al preguntarle que si dormía, este le contestó que estaba bajando por una bella llanura y que lo había venido a interrumpir. Soñaba la aventura.
Antes de llegar al punto final en la extensa y fructífera carrera de Oesterheld, otro trabajo importante se cruza inevitablemente en el camino. Después del éxito masivo de El Eternauta, y de la gélida acogida de su versión alternativa, toca hablar de El Eternauta 2, obra que fue fiel reflejo del Héctor Montonero más combativo de sus últimos meses de vida. En esta ocasión la crítica es tan brutal, tan descarnada, que el propio editor tuvo miedo a las posibles represalias, y no publicó la historieta de la manera en la que su creador la había imaginado. Incluso Solano López, dibujante del primer Eternauta y de esta segunda parte, arrojó sus dudas sobre la verdadera identidad de la persona que escribió los guiones finales de la serie.
Para finalizar este recorrido a través de toda una vida y obra, vamos a pararnos para hablar más detenidamente y con el mimo que se merecen, de sus dos grandes trabajos.
EL ETERNAUTA
Esta inmortal historia se inicia con el propio Oesterheld trabajando en su estudio. De pronto, una persona se materializa delante de sus narices como por arte de brujería. El visitante dice llamarse Juan Salvo y tener el poder de viajar a través del tiempo. Es así como este viajero del éter narra la historia de su increíble aventura al perplejo y atento escritor.
Todo comienza una noche de tantas en la que Juan Salvo juega a las cartas con unos amigos al abrigo de la comodidad del hogar. Todo va bien, la vida transcurre sin sobresaltos y de manera apacible. Hasta que se precipita el desastre. De repente los cuatro amigos advierten como empieza a caer una nevada del cielo que mata a todo el que entra en contacto directo con ella. Este no es si no el comienzo de una gran invasión alienígena. Los personajes deberán armarse de valor y tratar de resistir juntos (héroe colectivo) ante un enemigo invisible y prácticamente imposible de derrotar.
La premisa puede parecer a día de hoy algo trillada, cuando ya hemos visto mil y una invasiones de otros mundos en el cine, y hemos contemplado la Casa Blanca arder en la ficción más veces de las necesarias, pero en aquella época este tipo de historias no eran lo habitual. El Eternauta comienza a publicarse un 4 de septiembre (día nacional de la historieta en Argentina) en el número 1 de la revista Hora Cero, y durante 105 semanas, a razón de 3 páginas por entrega, mantuvo en vilo a toda una nación de lectores que quedó impresionada ante la potencia de unos personajes sencillos que se crecen en la adversidad, y ante la total revolución que supuso para el pueblo argentino que la acción de la aventura transcurriese no en la lejana Nueva York, si no en las calles y lugares emblemáticos de la capital porteña que transitaban a diario, véase la cancha del River Plate.
El brillante trabajo de Oesterheld a los guiones, unido a la muy capaz mano de un grande del dibujo como Francisco Solano López, llevaron a esta obra a la más alta cumbre del cómic argentino. Una historia universal e imperecedera cuya resonancia perdura a través de los tiempos, ganando un nuevo significado con cada generación que se adentra en sus páginas. Tal fue el éxito de ventas, que incluso la serie llegó a recopilarse en 3 tomos en el año 1962, para más adelante en la década de los 70, hacerlo en un solo volumen de más de 300 páginas. Algo nada habitual para la época.
Injusto sería el no dedicarle un pequeño aparte al también monumental trabajo que semana tras semana fue realizando el dibujante Solano López. Con otras obras destacables tales como Uma Uma, Bull Rockett o Joe Zonda (también con Oesterheld), López despliega lo que podríamos llamar un estilo de dibujo tradicional en la línea de las mejores historietas de género bélico. Conocedores de la mítica serie Hazañas Bélicas sabrán un poco a qué atenerse. Un estilo de tintas muy marcadas y rostros trabajados y profundamente expresivos. También debemos al buen hacer de este artista los diseños hoy en día icónicos y llenos de imaginación de toda una galería de personajes monstruosos tales como los primerizos Cascarudos, los gigantescos Gurbos o sobretodo los imponentes Manos.
Como ya es de conocimiento del atento lector, el universo de El Eternauta creció y creció con la sabida versión alternativa ilustrada por Alberto Breccia, además de con su incendiaria e incierta segunda parte. Pero no concluyen aquí las andanzas de Juan Salvo. El Eternauta ha ido contando con secuelas y secuelas, a cargo de diversos autores y con en general una calidad que deja bastante que desear. También Oesterheld enriqueció este universo con varios relatos publicados, y a mediados de los 90, Solano López planeó una continuación que no llegó a producirse.
Si aún sabe a poco toda esta vasta producción, añadir que aparte de todo el capítulo de figuras y merchandising, la obra contó con su propia versión radiofónica en los años 90, una obra de teatro estrenada en el 2007, e incluso un álbum de música multidisciplinar con el acertado título de Los Ellos. Inexplicablemente, hasta el día de hoy no ha llegado a solidificarse ningún proyecto en forma de adaptación al cine.
Nuevamente, era Norma Editorial la encargada de publicar la lujosa edición integral tanto de El Eternauta original, como de su secuela. Pero desde hace unos años, sendos volúmenes han resultado imposibles de conseguir en las librerías, hasta que por fin, ahora ya podemos volver a disfrutar de una nueva edición de El Eternauta, esta vez por parte de Planeta Cómic, que vuelve a poner la obra nuevamente en la parrilla de novedades al alcance del público. Esperemos que siga la alegría y se decidan a publicar el resto de secuelas y versiones alternativas.
MORT CINDER
Si un propósito principal han tenido todas estas excesivas líneas pretéritas, ha sido sin duda el de dejar claro al lector que, por encima de cualquier ideología, por encima de la época que le cayó en suerte vivir, la mayor pasión de Héctor Germán Oesterheld, por lo que siempre será recordado, es por su amor hacia el arte de contar historias, lo que nos lleva de manera directa a Mort Cinder, y a la última parada de este viaje. Y es que no hay una manera mejor para un enamorado de la aventura y de narrar historias que contar una historieta, que a través de los ojos de Mort Cinder, testigo eterno de la historia de la humanidad, bendecido (o maldecido) con el don de la inmortalidad, o más bien con el de morir para acto seguido resucitar.
La historia, publicada en la revista Misterix entre los años 1962 y 1964, se inicia, como no podía ser de otra forma, con una tienda de antigüedades (lugar que evoca sin parar memorias de épocas pasadas), y con su propietario, el anciano Ezra Winston. Ayudándose de los objetos que se dedica a vender, este venerable señor acabará por encontrar la tumba de Mort Cinder, y tras ponerlo a salvo del peligro que lo acecha, el anticuario y Mort entablarán una relación de amistad bajo la cual, el hombre que da título a la obra enseñará a nuestro vetusto vendedor que cada objeto antiguo guarda una historia dentro de sí, y pasará a relatarle algunas de sus aventuras, que datarán desde el albor de los tiempos, hasta llegar a una época contemporánea a la publicación de la historieta.
Nuevamente, estamos ante una obra revolucionaria y adelantada a su época, y que algunos han tenido a bien situar entre las más importantes de la historia del cómic, en la que se puede apreciar una constante obsesión en la obra de Oesterheld, como es la del tiempo como lugar conocido que se puede recorrer. El escritor se vale con maestría de este personaje que ha vivido todas las épocas, para jugar con virtuosismo con los géneros y los estilos literarios. Mort Cinder es una novela de horror gótico al más puro estilo de la Hammer, como bien atestigua el primer tercio del trabajo. También podremos encontrar entre sus páginas un relato bélico de amor de una madre hacia su hijo que perdura a través del tiempo y de las guerras, un crudo drama carcelario, una aventura de ciencia ficción que se remonta a la construcción de la famosa Torre de Babel, y por supuesto, un épico y memorable capítulo final, una epopeya histórica contada por el último supervivientes de los 300 valientes que defendieron las Termópilas.
Pero si esta obra es apreciada y reverenciada hoy día, más allá de la calidad de sus textos, es por el grandioso y radical despliegue de virtuosismo artístico del uruguayo de nacimiento Alberto Breccia, con toda seguridad el más grande dibujante que ha dado el país de la Albiceleste.
En aquella época, en Argentina nadie dibujaba como lo hacía Breccia. Su estilo había ido evolucionando desde ser un dibujante de historietas cómicas de poco éxito, pasando por la serie de El Vengador Alado (primer superhéroe argentino) para la revista El Gorrión, hasta poco a poco ir convirtiéndose de manera autodidacta, en un artista expresionista y multidisciplinar. Para un Breccia que ya había descubierto el trabajo de grandes como Will Eisner o Milton Caniff, Mort Cinder marca su punto de inflexión entre el talentoso dibujante, podríamos decir de estilo tradicional, y el artista experimental. Tampoco llegaría a tenerse completo el rompecabezas que ofrece el artista, sin conocer el cine expresionista alemán de principios de siglo, de películas como El Gabinete del Doctor Galigari, o Fausto.
Coincidiendo con la grave enfermedad que atravesaba su esposa, en las páginas de Mort Cinder, Breccia empezará a utilizar métodos de entintado completamente originales, como el de aplicar la tinta con una hoja de afeitar Gillette, el uso de sellos hechos con tampones improvisados, o incluso la introducción del collage, como ya se vería más adelante en su etapa de adaptaciones al cómic de la obra de Lovecraft: el Breccia negro. Pero, sobre todo, nos encontramos con un exquisito juego de blancos y negros, o blanco sobre negro, en el que el blanco será el color utilizado para dibujar, y el negro solamente lo que rodea al blanco. Cada historieta de Mort Cinder está resuelta con un recurso estilístico diferente.
No queda si no recomendar encarecidamente la, en este caso por fortuna disponible, excelente edición publicada por Astiberri. Una recopilación respetuosa y de gran calidad para la que se juntaron y escanearon la gran mayoría de páginas originales, dándole al libro una calidad de reproducción notable.
Disfrutemos del arte de leer historias como si fuéramos niños otra vez, pues ese es el legado, ese el mayor regalo que Héctor Oesterheld deja a la humanidad.